Periodista

Don Quijote comía duelos con quebrantos los sábados. Marcel Proust disfrutaba con las magdalenas al atardecer y Pedro Almodóvar se atiborraba de bambas de crema los domingos cuando estudiaba el Bachillerato en Cáceres. No tenemos muchos personajes importantes a quienes dedicarle una calle. Rara vez hemos colocado un político de altos vuelos en Madrid y a la hora de bautizar nuestros estadios, pabellones y teatros tenemos que recurrir al príncipe Felipe, al bárbaro nombre de Multiusos o al desnudo y práctico recurso de llamar a nuestro auditorio, Auditorio y a nuestro teatro, Gran Teatro.

Pero con lo de la bamba hemos puesto nuestra pizca de azúcar en la historia del arte. Don Quijote se zampaba los duelos con quebrantos y ese mismo plato, tan manchego como extremeño, lo sirven en ventas y tabernas de la ruta quijotesca, desde Puerto Lápice hasta Campo de Criptana. Son unos vulgares huevos con torreznos, pero a la sombra de los molinos de viento y al amor de la literatura cervantina saben de otra manera.

Con la magdalena de Marcel Proust pasa tres cuartos de lo mismo. En su A la búsqueda del tiempo perdido , el escritor francés se recrea con minimalismo preciosista y evocador en las magdalenas de su infancia, en cómo se deshacían en su boca, en cómo convertían la tristeza de una tarde plomiza de otoño en un placer dulcísimo y delicado. Los galos, que para eso son unos águilas, siguen fabricando las magdalenas que Proust comía en la pastelería de un pueblecito de la cuenca del Loira de cuyo nombre no puedo acordarme. Son magdalenas pequeñas y suaves que parecen más filigrana de orfebre que masa horneada de pastelero.

Cuando parecía que Cáceres no se incorporaría jamás al olimpo de las mitomanías, llega Pedro Almodóvar, gana su segundo Oscar y se convierte en cineasta consagrado al tiempo que nos enteramos que durante su adolescencia se atiborraba de bambas en la pastelería de la plaza Mayor. Así es que ya tenemos un pretexto para incorporar a nuestro famoso Plan de Excelencia Turística un producto singular: las bambas de Almodóvar.

Servidor no sabe mucho de cine, pero les aseguro que soy un experto en bambas. Las he probado en todas las ciudades y he llegado a la conclusión de que las mejores bambas son las de Cáceres. Su nombre real es bomba berlinesa y por ello reciben en otros lugares el nombre de bomba o de berlinés, además de amasarse a veces como si fueran bolitas. Pero en Cáceres se llaman bambas, son grandes, tienen un sabor inigualable y han marcado la infancia de los niños cacereños de la generación de Almodóvar, que los domingos, después de misa de doce, cambiábamos cromos de Fauna en la plaza, comprábamos una bamba de a duro en la pastelería Isa y sacábamos la entrada de patio para la sesión infantil del Coli o del cine Astoria a 12 pesetas. A la bamba cacereña sólo le faltaba la bendición de Almodóvar para convertirla en enseña pastelera, en reclamo turístico, en metáfora cremosa, azucarada y suavísima de una ciudad de pastel.