TEtstá haciendo todo lo posible para que no se diga que es conspicuo y temible, pero hay mucha gente que sabe que el poder financiero es el causante de los mayores problemas que tenemos. De los que sufrimos los españoles, los griegos, la Unión Europea y hasta Estados Unidos. Lo que no aparece tan claro, porque se difumina en el aluvión informativo que nos abruma, es que ese poder está marcando, directa o indirectamente, las medidas que los políticos están tomando para paliar el desaguisado.

Y, lo que no es menos importante, que está logrando que no se toque ni una coma del marco jurídico que la banca y sus afines han logrado imponer a lo largo de las últimas dos décadas y que les ha permitido obtener beneficios ingentes, que no guardan proporción alguna con los logrados en ninguna época precedente de su larga historia. Por eso hay que esforzarse en leer entre líneas.

Solo así se puede vislumbrar que detrás de algunas de las peleas político-financieras más sonadas de estos días están, y puede que a la postre decidan, los intereses de los grandes bancos. Por ejemplo, la que libran el Gobierno alemán y el Banco Central Europeo sobre el plan de rescate de Grecia y, más concretamente, sobre si los inversores privados --es decir, los bancos-- han de asumir o no una parte del coste del mismo. Y puede también que las distintas intenciones del poder financiero estén jugando un papel no desdeñable en la polémica sobre el adelanto de las elecciones en España.

Porque ese poder inmenso no es compacto, salvo en situaciones de emergencia. Y los banqueros franceses compiten con los alemanes o con los holandeses. Y el Santander con el BBVA. Y cada uno presiona al Gobierno de turno en función de sus intereses concretos, que pueden no ser los del rival. De lo que no hay duda es de que los gobiernos ocultan ese juego, en el que ellos son cada vez más meros comparsas. Porque reconocer su existencia equivaldría a confesar una complicidad intolerable y que, además, viene de lejos.