Transcurridos 100 días desde la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa, el nuevo inquilino del Vaticano sopesa estas semanas el sentido de una de las grandes decisiones de su mandato: qué hacer con el Instituto para las Obras de Religión (IOR). El banco católico, que atesora un pésimo prestigio y que incluye en su historial la colaboración con la CIA y la Cosa Nostra, es jurídicamente del Pontífice, por lo que su interés en una salida debe ser aún mayor, y en todo caso acorde con su propósito de devolver a la Iglesia el sentido evangélico que le era propio en sus inicios. La pugna que se libra intramuros del Vaticano es muy poco ruidosa, pero hay signos de que los sectores interesados en mantener el statu quo actual presionan para que poco o nada cambie. De ahí que haya expectación por ver si Francisco opta finalmente por cerrar el IOR, reformarlo o ceder su gestión a una entidad financiera convencional. La decisión será sumamente indicativa de si la Iglesia sale de su tradicional hermetismo económico y adopta una cierta transparencia o bien se ancla en el inmovilismo.