Es incomprensible que mientras la Comisión Europea y el propio Banco Central Europeo reclaman a los gobiernos la máxima claridad y decisión en sus políticas, el primer responsable del BCE, Jean-Claude Trichet, sea tan sumamente opaco en sus explicaciones. Ya nos tiene acostumbrados a sus inconcretas y alambicadas argumentaciones sobre las actuaciones de la institución que preside, pero lo del pasado jueves rozó el esperpento. Las facultades de Económicas de la UE deberían crear una nueva asignatura, la Trichetlogía, para ayudar en la interpretación de los jeroglíficos con que da cuenta de la gestión del BCE. La bolsa española se despeñó nada más comenzar su rueda de prensa en Fráncfort, para recuperar inmediatamente después las cotas positivas que había alcanzado a media mañana. De las palabras de Trichet se desprendía una cosa que los hechos parecieron desmentir después. En un intento de subrayar la independencia del BCE ante presiones externas, como las de España cuando le reclama un papel más activo en defensa de la deuda pública frente a la especulación, se negó a concretar sus planes. Poco después, sin embargo, corrió el rumor por los mercados de que el banco emisor estaba ordenando compras de deuda irlandesa y portuguesa, lo que provocó un gran alivio. Trichet podría ahorrarse esas demostraciones de impermeabilidad, entre otras cosas porque fue él quien habló el mes pasado de la posibilidad de acabar con las inyecciones de liquidez a los bancos a partir de diciembre.