Los bancos norteamericanos han obtenido un aprobado justo en los exámenes a los que les ha sometido la nueva administración Obama, con el apoyo decisivo de la Reserva Federal --el banco central de EEUU--, en un análisis exhaustivo de si las muy generosas aportaciones del erario público para que sanearan sus cuentas ha merecido la pena. No debe pasar desapercibido que esa labor se ha hecho desde organismos públicos, un reconocimiento claro de que tampoco supieron hacer sus deberes las empresas privadas de auditoría y las de calificación de riesgo en el sector financiero, cooperadoras necesarias en el desmoronamiento del sistema financiero global iniciado en el verano del 2007. La conclusión principal del informe es que la banca privada aún necesita más dinero, 75.000 millones de dólares, para decir que lo peor de su crisis ya ha pasado. En EEUU se reabre el mismo debate que en Europa: si hay dinero público para rescatar bancos, porque es imprescindible para salvar el sistema, ¿ha de tener representación en sus órganos de decisión?. El informe avisa de que los bancos que hoy tienen problemas son aquellos que desde hace un año estaban más bien sanos y eligieron la vía de quedarse con los que no lo estaban. Síntoma de que el efecto de las soluciones de urgencia en el sector financiero requieren un tiempo suficiente para ver hasta dónde llega el reflujo.