Decíamos ayer en este mismo espacio, a propósito del atentado de Burgos, que ETA sigue dispuesta a matar, "pese a los recientes éxitos policiales", y la salvajada de Calvià ha confirmado nuestros temores con siniestra puntualidad. También aventurábamos ayer que los terroristas volvían a actuar "con la mortífera profesionalidad que les caracterizaba", y el atrevimiento de atentar en una isla parece confirmar que son más dueños de sus movimientos y disponen de más rutas de escape de lo se podía imaginar.

ETA ha vuelto a matar, esta vez en Mallorca, en plena temporada turística, en una zona especialmente concurrida y a pocos kilómetros de donde la familia real pasa sus vacaciones. La isla, inmediatemente después del atentado, fue cerrada al tráfico aéreo y marítimo, pero lo peor es que, sea cual sea el resultado de esta operación jaula, quedará en el aire la sensación de que, a pesar de todos los esfuerzos, de la cooperación de Francia y de las redes de información, los asesinos tienen una capacidad de supervivencia a prueba de todo. Que esta sea la percepción más extendida no es ni bueno ni malo, sino una reacción acorde con los hechos y un ejercicio de realismo colectivo.

Esto no significa que los ciudadanos hayan de caer en el fatalismo de considerar que la banda es indestructible. Porque las pruebas de que ha perdido apoyo social y está más debilitada que nunca debido al continuo goteo de detenciones son de todo punto incontestables. Pero insinuar siquiera que su final está cercano es más que arriesgado. Es mejor --más prudente y más eficaz para conseguir lo que importa: su derrota-- no confundir los deseos con la realidad y atenerse a los datos: solo 24 horas después de fracasar en su propósito de causar una matanza en la casa cuartel de la Guardia Civil en Burgos, ETA ha estado en condiciones de asesinar a dos agentes del mismo cuerpo en Calvià. Es decir, ha sido capaz de realizar un despliegue logístico terroríficamente eficaz.

Después de este sufrimiento a que somete a la sociedad española, es un insulto a las víctimas perder siquiera un segundo en prestar atención a la monserga de la izquierda aberzale relativa a la disposición de ETA a encontrar una solución negociada "al conflicto". La banda tuvo su oportunidad con este gobierno, la dejó pasar, puso una bomba en Barajas, con la que destrozó dos vidas y la recién estrenada Terminal 4, y a partir de aquel momento se echó de nuevo al monte. Lo que ha seguido es un compendio de sangre y destrucción, y un chantaje permanente a la sociedad española. Nada pues, como también subrayábamos ayer, debe llevar a negociación o transacción alguna: con los asesinos no cabe ninguna forma de trato diferente a la acción policial, la acción de la justicia y la cárcel. Con todas las consecuencias.