Reconozco ser de esos tipos que cuando llegan a un pueblo o a un barrio, lo primero que preguntan es por el número de bares que hay. Sé que con esta confesión alguno podría tacharme de obseso aficionado al morapio, sobre todo si es de los que preguntan primero por las farmacias que hay, o de los que llevan siempre un lagarto en el bolsillo. Pero estarán conmigo en que un bar no es únicamente un establecimiento donde se sirven bebidas acompañadas de tapitas y raciones varias. También es un lugar donde existen maquinitas muy listas y educadas que escupen cajetillas de cigarrillos a la vez que dicen "su tabaco, gracias"; o se significan con lucecitas de colores que parpadean al son de una alegre musiquilla y vomitan dinero contante y muy sonante, claro que, póbrecillas, previamente el usuario las ha obligado a que se den un atracón de monedas.

Si es usted estudiante de psicología, en los bares podrá hacer prácticas gratuitas. Por ejemplo, siéntese en un taburete y espere a que le caiga al lado el típico cliente beodo empachoso. Si es capaz de convencerle para que no beba más y se vaya a su casa, será usted un psicólogo magnífico. Ahora, si lo que a usted le gusta es la sociología o la antropología, siéntese a una mesa del bar con su libreta de apuntes y observe a la clientela para hacer un estudio de campo. Podrá estudiar al hombre solitario de la vida que medita sobre lo positivo y lo negativo tomándose su sol y sombra, al filántropo conversador y al misántropo encogido, al sabelotodo recalcitrante, al que siempre escucha, al que nunca calla, al que siempre invita, al que nunca paga y al que se va sin pagar, al chistoso, al chismoso y al tragaldabas.

"Bares, qué lugares tan gratos para conversar" cantaba Gabinete Caligari . Y es verdad, lo mejor de los bares es que en ellos hablamos y hablamos, y arreglamos el mundo. Aunque cuando salimos a la calle nos damos cuenta de que se ha vuelto a averiar.

*Pintor.