A pesar de ser de letras (mixtas, ésas que llevaban latín y estadística) y rubia, hasta para mí es fácil entender que hay cuentas que no salen. Que el símil de ‘las gallinas que entran por las que salen’ podría aplicarse también a los presupuestos públicos y que parece que el corral se está quedando vacío.

Si cada vez hay menos españoles trabajando, pagando impuestos y cotizando a la Seguridad Social y a la vez la esperanza de vida se alarga, no va a haber dinero para sostener el sistema.

Si a eso le sumamos las pensiones no contributivas (las que se conceden a personas que nunca cotizaron), los subsidios, ERTEs y la nueva renta mínima vital, está claro que las cuentas no cuadran. Porque los funcionarios no generan negocio y miles de autónomos han tenido que echar el cierre por la pandemia.

Por eso el Gobierno se ha ido a Europa a pedir dinero. Tal cual. Y Europa le ha dicho que en qué lo va a usar y cómo va a devolverlo. Y ahí han saltado los ofendidos nacionales a preguntar qué derecho tiene Europa a inmiscuirse en nuestros asuntos. Pues me temo que el mismo derecho que cuando un banco te pregunta que si tienes liquidez para pagar una hipoteca millonaria con un sueldo mileurista y que de dónde vas a sacarlo. Porque esta guasa infinita de políticos, asesores, prejubilaciones, chiringuitos y ayuditas no hay país que la sostenga, por más que nos guste la idea de que todo el mundo tiene derecho a todo. No hay pan para tanta boca. No lo hay.

Así que vayan preparándose, porque viene un otoño de sacrificios. Otra vez. A cargo de la sufrida clase media. Otra vez. Que lo de hacer pagar a los ricos ya sabemos en lo que consiste: gas, luz y agua más caros, más iva, más tasas, más impuestos. Y aunque intenten que lo parezca, la culpa no será de Europa, sino de los pésimos gestores que nos han traído hasta aquí.

Así que cuídense y vayan por la sombra. Que aún es gratis.

* Periodista