Periodista

Cuando llegó a la Moncloa, en 1996, Ana Botella mostró públicamente su desagrado por el estado de la residencia presidencial. "Aquí no puede vivir una familia normal", argumentó más o menos. No eran normales, por lo visto, ni los Suárez, ni los Calvo-Sotelo ni, desde luego, los González. Se lanzó a hacer obras y a cambiar la decoración.

Ahora Botella, concejala de Madrid, ha alquilado como oficina un enorme edificio --gracias, Alberto, qué menos--, en el barrio de Salamanca, el más caro, aunque el más popular, popularísimo, políticamente hablando. Un millón de las antiguas pesetas al día, sólo por alquiler. Mucho más barato sería en Vallecas, en Vicálvaro o en Lavapiés. ¡Pero qué vulgaridad! ¿Para eso ganamos las elecciones?