TEts una evidencia que Francia y Alemania han abducido a la Unión Europa. Ni siquiera nadie se molesta en disimular que los 27 países han dejado de tener soberanía sobre las instituciones comunes. Angela Merkel y Nicolás Sarkozy se reúnen, deciden y los demás obedecen. Detrás están los mercados que dictan al oído de los líderes francés y alemana las instrucciones precisas que todos tienen que cumplir.

José Manuel Dura a Barroso , presidente cuasi honorífico del Consejo de la Unión, ha sugerido que los directivos de bancos inyectados con dinero público deben tener controladas sus retribuciones y sus salarios. Algo lleno de lógica pero que resulta cansino de escuchar en estos días, después de tantas tropelías cometidas por ejecutivos de banca y cajas de ahorro intervenidas con dinero de los ciudadanos. Y nunca se concretan esas intenciones.

Llevamos mareando la perdiz de esta decisión desde la primera reunión del G-20, inmediatamente después de la caída de Lehman Brothers, y nunca los líderes mundiales se atrevieron a poner el cascabel al gato de la economía insurrecta.

Los paraísos fiscales siguen funcionando al amparo de los grandes centros financieros internacionales y no hay voluntad política de enfrentarse a ellos. La sensación que cada día se incrementa es que los ámbitos de la soberanía política no tienen jurisdicción sobre quienes dirigen los movimientos económicos. Esa falta de legitimidad de la política está conduciendo a una degradación de la democracia y a una desafección de los ciudadanos hacia ella.

Si los banqueros, los grandes ejecutivos y quienes controlan las grandes fortunas siguen dando muestra de tanta impunidad en sus acciones, la explosión social está garantizada. Y las instituciones no podrán hacer de parapeto de esa indignación.