La debacle electoral de los laboristas en las municipales de Inglaterra y Gales celebradas el viernes presagia el final de un ciclo político y el regreso de los conservadores al Gobierno. De las dimensiones del desastre laborista no se ha salvado siquiera Ken Livingston, que ha perdido la alcaldía de Londres en beneficio del tory Boris Johnson, un político de comportamientos imprevisibles que, sin embargo, ha tenido un papel capital en el éxito de los conservadores. Los 20 puntos de ventaja que estos sacan a sus adversarios --44% contra 24%-- concretan el retroceso de los laboristas, que han quedado incluso un punto por detrás de los liberal demócratas.

Cuando aún faltan dos años para que se celebren las elecciones legislativas, parece poco probable que el primer ministro, Gordon Brown, pueda acabar su mandato. No solo porque su partido llevaba 40 años sin sufrir un correctivo de esta naturaleza, sino porque las proyecciones parlamentarias auguran a los conservadores una mayoría de entre 138 y 164 escaños. Es decir, arman de razón al líder tory, David Cameron, para reclamar el anticipo electoral en términos similares a como lo hicieron los laboristas en 1995 después de poner contra las cuerdas a John Major en unos comicios locales antes de vencerle en unas generales, dos años más tarde. Y porque, en última instancia, el tono de la campaña de las municipales ha tenido muchas de las características de una elección nacional, con la reforma fiscal promovida por Brown en primer término, que ha decepcionado al electorado laborista tradicional y ha permitido a los conservadores sostener, no sin razón, que para aplicar recetas conservadoras, mejor ellos que sus contrincantes.