Desde el alcalde al Rey, pasando por la presidenta Esperanza Aguirre ; el presidente del PP, Mariano Rajoy ; el vicesecretario general del PSOE, José Blanco , y el presidente del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez , entre otros, han puesto sus manos en Caja Madrid no siempre en coordinación con la gente que representan a estos partidos. Menciono a Su Majestad, pues se ha visto envuelto a su pesar en la batalla. La renuncia de la Corona a los 20 representantes a los que tiene derecho desde los tiempos de Felipe V fue utilizada por el presidente de la Comisión de Control, el aguirrista Pablo Abejas , contra la reelección de Miguel Blesa .

De hecho, la Casa Real renuncia a los representantes a que tiene derecho en cada periodo electoral enviando a la Comisión de Control una comunicación al efecto. Pero hete aquí que el presidente de esta comisión, Abejas, que sigue ejerciendo en rebeldía, interceptó al cartero real y paralizó el reparto de los representantes de SM entre los entes y entidades con derecho a voto, con lo que aplazó una votación que le destituiría del cargo de presidente.

XLA ESTRUCTURAx del poder en Caja Madrid es una alambicada simbiosis entre el viejo régimen borbónico, la España constitucional y la democracia orgánica de Franco basada en la familia, el municipio y el sindicato. La representación de la familia, la de los clientes, que sería en principio la más neutral, es la única que no se pronuncia. Y es que, como la selección de los cuentacorrentistas se hace por sorteo, el presidente de la entidad compra los boletos premiados lo mismo que la presidenta Aguirre adquiere las voluntades de las entidades de interés social que ella ha nombrado.

Miguel Blesa ha sabido mantenerse al frente de la entidad desde que Aznar le nombró, hace 12 años, en un bien engrasado equilibrio pactado con los sindicatos, "los enemigos de clase"; Izquierda Unida, el adversario ideológico a cuyo representante, José Antonio Moral ha colocado a su vera de vicepresidente, y, lo que es más difícil, con algunos compañeros de su propio partido. Solo ahora, cuando el PP se parte, la permanencia vitalicia de Blesa se ha puesto en cuestión. Aguirre, a quien corresponde la tutela de la caja, no se conforma con que sea presidida por un correligionario: tiene que ser, además, un hombre de su confianza y, a ser posible, de su propiedad; Alberto Ruiz-Gallardón , por su parte, que disfruta de una representación significativa que Aguirre quiere guillotinar, pretende a toda costa disponer de Blesa, que se aferra a la poltrona como un náufrago a su madero.

Para enredarlo aún más, el PSOE ha tenido que enfrentarse a un transfuguismo de bolsillo, que recuerda el que ejercieron Tamayo y Sanz cuando Aguirre arrebató la Comunidad a Rafael Simancas . La ironía es que los tránsfugas son simanquistas en lucha contra el nuevo presidente del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez .

¿Se puede complicar aún más la melé? Se puede. Al parecer, el vicesecretario del PSOE, Pepiño Blanco , ha llegado a un acuerdo con la tantas veces denostada por él Aguirre a cambio de Dios sabe qué compensaciones. Al tiempo, Rajoy, incapaz de controlar a los compañeros que intentan desalojarle de Génova al primer patinazo electoral, da un formidable salto mortal hacia Cibeles y la carrera de San Jerónimo, el Banco de España y el Congreso de los Diputados, para pedir al primero que controle el caos de la caja, y al segundo, una ley de "despolitización".

Sea cual fuere el desenlace de la batalla de Madrid, el conflicto trascenderá la torre inclinada de la Castellana donde tiene su flamante sede la caja y desencadenará una guerra más amplia que afectará a la propia naturaleza de las cajas de ahorro y cuyos lemas son Despolitización y Privatización . El primero suena bien, pero desembocaría en el segundo, más inquietante. La primera víctima de la privatización sería la competencia, pues poco tardarían en ser deglutidas por el duopolio bancario. No trates de arreglar lo que funciona, aconseja un popular refrán, y las cajas hace siglos que funcionan, ganando año a año cuotas de mercado a la competencia bancaria. En estos dos siglos, apenas ha habido quiebras en las cajas, mientras que los bancos han caído como perdices en montería popular.

A mi modo de ver, lo que ha ocurrido en Caja Madrid no tiene por qué extenderse a las demás cajas. No se me ocultan los peligros de una politización en el peor de los sentidos, pero la alternativa razonable no es la privatización, sino hallar fórmulas en las que pueda combinarse la presencia de los órganos que encauzan la participación pública en diputaciones, comunidades autónomas y ayuntamientos con el máximo respeto a la profesionalidad de los gestores. Cada caja tiene su propio origen y un cierto anclaje en los territorios en los que se asienta. No son propiedad de nadie en particular, pero en cierto modo lo son de todos. Ni siquiera sería necesaria una nueva regulación si sus directivos actuaran con independencia y profesionalidad. A este respecto, La Caixa es un ejemplo admirable.