La decisión de la llamada izquierda aberzale --lo que en términos de identificación política se seguirá conociendo como Batasuna-- de presentar hoy en el Ministerio del Interior los estatutos de un nuevo partido, Sortu (Nacer en euskera), que rechaza de forma explícita la violencia no es, ni mucho menos, un hecho menor en el largo proceso que debe desembocar en el fin definitivo y para siempre del terrorismo en Euskadi. Todo lo contrario, visto con perspectiva histórica, se trata del paso más importante dado hasta ahora por la fuerza política históricamente vinculada a ETA y que, bajo nombres y formas diversas, ha venido obteniendo en Euskadi en torno al 15% de los votos en las elecciones desde hace más de 30 años.

El movimiento de ficha que han efectuado los batasunas es una condición necesaria, aunque probablemente no lo sea suficiente, para su homologación e inclusión con normalidad en el Estado democrático. Será en todo caso la justicia la que tiene ante sí la responsabilidad de determinar --y hacerlo, además, en un plazo que no debería demorarse más de unas semanas--, si los estatutos presentados para la legalización de Sortu son conformes a la ley de partidos, y a la luz de los precedentes y de la prudencia que debe presidir a los defensores del Estado de derecho, cabe prever que, en caso de la más mínima duda, los jueces se decantarán por denegar su inscripción.

¿Sería más factible la legalización de Sortu si, en lugar de rechazar la violencia de ETA, la condenara, y mejor aún con efectos retroactivos, es decir, renegase del pasado de la banda? Sin ninguna duda, y no es descabellado que al final tenga que hacerlo, a pesar de que la prueba definitiva de que el terrorismo se ha acabado no dependa tanto de la semántica batasuna como del anuncio formal de ETA de que procede a su disolución. Y nada apunta a que esto vaya a suceder en las próximas semanas, aunque el rigor en el tratamiento a lo que se ha considerado su brazo político coadyuve al final.

Así las cosas, la izquierda aberzale quizá deba comparecer usando subterfugios a las elecciones municipales del 22 de mayo, una cita clave para su futuro político. Si aun con ese hipotético obstáculo mantiene --como aseguran sus dirigentes-- la irreversibilidad de su apuesta por las vías democráticas, ETA tendrá aún menos fuerza. Por eso las próximas semanas parecen decisivas para encarrilar el fin de la banda etarra. Inevitablemente, las cartas que aún permanecen boca abajo deberán ser destapadas. De momento, lo que cabe desear es que los demócratas mantengan la unidad arduamente forjada contra ETA y que ninguno sucumba a la tentación de condicionar el fin del terrorismo a sus intereses electorales. Sería una insensatez imperdonable.