Las encuestas dan ganador al senador demócrata Barack Obama , pero sugieren que los electores prefieren al republicano John Mc-Cain como comandante en jefe al timón de la política exterior, pese a su empecinamiento en defender la guerra de Irak y por más que denuncie la desastrosa gestión de la rauda victoria militar del 2003 que determinó la huida de Sadam Husein y abrió las puertas del infierno. Por lo tanto, el viaje del senador de Illinois por Oriente Próximo y Europa debe entenderse como un intento de alterar esos datos incómodos que arrojan dudas sobre su probable victoria el 4 de noviembre.

El periplo exploratorio o de iniciación, en busca de la experiencia de que se jactaba Hillary Clinton , será juzgado en el ambiente enfebrecido de la campaña electoral, aunque los asesores del aspirante han tratado de rebajar las expectativas y eludir los riesgos de actuar como presidente in pectore , dispuesto a vender la pieza de una nueva diplomacia antes de recibir la misión de cazarla. El cortejo de Obama hizo todo lo posible por no semejar una caravana presidencial y contuvo la exuberante obamamanía de los europeos, con la excepción de los berlineses, para prevenir la desconfianza del americano medio.

XEL EXITOx de Obama en Europa resulta abrumador, reflejo simétrico del rechazo que concita el presidente Bush , en el que se concentra una animadversión ancestral, culpable de una guerra que desgarró y sigue dividiendo a los europeos. Según una encuesta del londinense The Guardian , los británicos prefieren al aspirante demócrata por un margen insólito de cinco a uno. Pero en EEUU los pronósticos son ajustados y el resultado final, incierto. Los detractores de Obama subrayan sus cambios de opinión, su ostensible viraje hacia el centro --como el de Clinton en 1992-- y su bisoñez diplomática o su rectificación en el vidrioso tema del proteccionismo, aunque sigue enarbolando la bandera del cambio, la esperanza y la reconciliación racial.

Los europeos esperan que Obama entierre el unilateralismo agresivo de Bush e inaugure una época de cooperación geoestratégica, pero no deberían confundir sus deseos con la realidad y presentarlo como un heraldo de la paz, del llamado soft power (poder blando o de persuasión), que privilegia la negociación y se pliega a las tergiversaciones de la seguridad colectiva encarnada por la ONU. Tampoco sabemos qué piensa de la reorganización de la OTAN, la autonomía de la defensa europea, tan cara a Sarkozy , y la marcha atlántica hasta las almenas del Kremlin. Su evidente preferencia por Berlín para renovar la alianza escoció en Londres y París.

Obama no es un pacifista y, al mismo tiempo que insiste en su calendario (16 meses) para la retirada de las tropas de Irak, pretende aumentarlas urgentemente en Afganistán, que le parece el país potencialmente más peligroso porque en su frontera con Pakistán acampan los restos de Al Qaeda que inspiran a los grupos terroristas. Un traslado de fuerzas que resultaría más convincente si los expertos norteamericanos no arguyeran sobre el declive de la organización de Bin Laden, la complejidad del escenario afgano o las renuencias de los aliados.

Ante la necesidad de no perder el voto tradicionalmente demócrata de la minoría hebrea, la visita a Israel reafirmó las promesas ya formuladas ante los más influyentes judíos norteamericanos, a los que aseguró que Jerusalén es la capital "indivisible de Israel", expresión que encolerizó a los árabes. También matizó su proclama de entrevistarse sin condiciones previas con el presidente de Irán, el controvertido Mahmud Ahmadineyad . Las credenciales pacifistas quedan en suspenso. Tras recoger opiniones en países de la zona, The New York Times sentenció: Más de lo mismo en el Oriente Próximo.

La historia de EEUU aclara que todos los presidentes desde Roosevelt se vieron implicados en guerras, excepto Jimmy Carter (1977-1981), cuyos errores frustraron su reelección. El demócrata Truman presidió el conflicto de Corea y su correligionario Kennedy inició el de Vietnam, patrocinó la invasión de Cuba y negoció la crisis de los misiles. Vietnam arruinó la carrera de Johnson , que entregó el testigo al republicano Nixon , el de la última escalada contra Hanói. Bush padre desencadenó la guerra del Golfo. Clinton continuó los bombardeos de Irak e intervino por dos veces en los Balcanes.

Unicamente el general-presidente Eisenhower , con la etiqueta republicana, tuvo el valor de denunciar las presiones belicistas del complejo militar-industrial, en ocasión memorable. Ike terminó con la sangría de Corea, rechazó la carrera armamentista y se opuso tanto a la expedición neocolonial franco-británica-israelí contra Egipto (1956) como a los que propugnaban una actitud menos prudente ante la URSS.

La incertidumbre sobre la estrategia de Obama no se disipará hasta que se instale en la Casa Blanca. El problema de Irak ha pasado a segundo plano y nadie discute la necesidad del repliegue, sino el calendario y los pactos petroleros. El sistema político de riguroso equilibrio de poderes y de encarnizada competencia entre los grupos de interés, pilares de la república imperial, según el magistral análisis de Raymond Aron , producen con mucha frecuencia "la arrogancia del poder", fustigada por el senador demócrata William Fulbright y poco apreciada en más de media Europa.

*Periodista e historiador.