Parece una verdad de Perogrullo , pero no está de más recordar que las becas nacieron para que los alumnos con buenas notas y pocos recursos económicos pudieran comenzar o continuar sus estudios. Tenían vocación de recompensa al esfuerzo y, para muchos, suponían la llave que les permitía cumplir el sueño de dedicarse a otra cosa que a la que parecían destinados. Por eso, quienes conseguían una beca adquirían también el compromiso de no apartarse del camino elegido.

Había fraude, como siempre, con esta mentalidad tan nuestra de que quien no defrauda es porque no puede, pero a final de curso había que rendir cuentas y aprobar asignaturas, lo que no dejaba de ser una frontera. Con el tiempo, los criterios fueron cambiando al compás de un dinero que parecía inagotable. De pronto, las becas llegaban a casi todo el mundo, fuera o no fuera necesario. Muchos alumnos brillantes disfrutaron de esta época de bonanza; pero también se aprovecharon muchísimos que no lo merecían, ni por notas ni por ingresos. Hasta las becas para libros se entregaban a quienes acababan de gastarse el triple en fruslerías, pero nadie se atrevía a protestar porque el maná de lo público no se acababa nunca.

Ahora, cuando vuelven las exigencias, no por búsqueda de calidad, sino por recortes, empieza la incertidumbre. Y yo me pregunto si no hubiera sido más sencillo controlar el fraude en la renta o seguir exigiendo al menos el aprobado, que dejar en la calle a quienes siempre merecieron seguir estudiando: los alumnos con menos recursos y mejor rendimiento académico. No era tan difícil. Cuánto listo para tan pocos inteligentes. Qué torpeza.