Periodista

Mis amigos leen con avidez cada día el periódico. No buscan la sección de deportes ni los resultados de la bonoloto, sino una fotografía particular: la de la última inauguración, comparecencia o primera piedra a la que haya asistido la consejera de Fomento. No, no son ingenieros de Caminos ni contratistas de obras. Son, simplemente, hombres y su ansiedad viene provocada porque junto a la consejera, en la foto, siempre aparece la mujer misteriosa: una desconocida dama de particular belleza que se parece a Carla Bruni, la nueva musa de la canción francesa. Así que llega la hora del café y mis colegas se lanzan desbocados a por el diario. Si María Antonia Trujillo inaugura ese día alguna rotonda, el periódico provoca disputas aparatosas. Si no, se hojea con ese escepticismo displicente que adorna a los varones de vuelta de todo y la conversación fluye por meandros mansos de elucubraciones políticas, planes de fin de semana, confidencias gastronómicas...

Lo de la bella mujer misteriosa no dejaba de ser una anécdota hasta que el otro día entrevisté a un caballero que, cuando le pregunté por la mujer extremeña, me pidió que no recogiera su respuesta porque su visión era tan estereotipada como negativa: bajita, morena y feúcha. Inmediatamente, la bella mujer misteriosa abandonó la insignificancia de la anécdota para convertirse en categoría: su atractivo simboliza la ruptura de otro de los tópicos que pueblan ese imaginario colectivo donde Extremadura aparece como una tierra inculta, atrasada, seca, antigua y llena de cabras y de mujeres morenas, bajas, rudas y sin atractivo.

¡Cuánto cuesta quebrar un tópico, romper un lugar común, deshacer un estereotipo! También en Extremadura, donde hay consenso general a la hora de definir a una mujer portuguesa como dama morena de bigote incipiente y fealdad manifiesta. Nadie está a salvo de ser embrutecido por el tópico. Sólo el viajar cura ciertas estupideces y previene contra la estulticia. Un café en el Largo do Giraldo de Evora bastaría para sorprenderse de la estética depurada de la mujer portuguesa. Morena, sí, pero con un estilo cadencioso, una sonrisa desarmante, un gusto elegante por el negro y una preciosidad estilizada y distinta.

Recientemente he estado a 30 centímetros de dos portuguesas bajitas y morenas: Teresa Salgueiro, cantante de Madredeus , y María Joao Pires, la famosa pianista. El oliventino-cacereño Paco Lobo me acercó a la Salgueiro y allí, a una cuarta de su escote y de sus ojos, sucumbí a la inteligencia de la mujer madura y sublime. En cuanto a la Pires, que sale en los vídeo-clips antiguos con peinado de señorona, se ha cortado el pelo: ahora parece casi una niña enamorada de su pianista brasileño y la conjunción de belleza, música y elegancia que me regaló llenó mis ojos de lágrimas.

Ignacio Sánchez Amor debería diseñar una campaña desde el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas para romper los clichés equivocados y negativos sobre la belleza de la mujer lusitana. El cartel ya lo tiene: una foto de la última inauguración de obras en la comunidad extremeña.