Aún recuerdo las portadas de los periódicos. El atleta canadiense Ben Johnson agitaba su brazo al paso por meta: era el 'hijo del viento' y le había ganado la partida al estadounidense Carl Lewis en la final olímpica de los 100 metros en Seúl'88. Además, sus 9,79 eran record mundial. Me decía mi madre aquello de que las mentiras tienen las patas muy cortas y su refrán se confirmó porque días después Johnson protagonizaba un caso de dopaje que cambiaría por completo la historia. Fue exactamente hace 25 años. Después todo era naufragio para este corredor canadiense de origen jamaicano. Dio positivo en estanozolol. La Federación Internacional de Atletismo le quitó todos los títulos logrados a un Johnson que volvía a dar más positivos en 1993. La sanción fue de por vida y todas sus marcas se borraron de un plumazo. El declive continuó cuando se convirtió en entrenador personal de Diego Armando Maradona , quien dio positivo en efedrina en el Mundial de Fútbol de EEUU en 1994, amén de una vida ligada a otras sustancias psicotrópicas. Posteriormente, las veleidades futbolísticas de Al-Saadi Ghadafi , hijo del dictador libio Gadafi , llevaron a Johnson a convertirse en su preparador físico. Llegó a jugar en el Perugia, pero dio positivo en un control de nandrolona. El dopaje, la trampa, no sólo es pernicioso porque es un engaño: el gran problema es que los dopados se realizan daños corporales irreparables y a veces mortales, cuando no acaban como auténticos juguetes rotos. Todo por no jugar limpio. Refrán: El que hace trampas jugando al infierno se va caminando.