Con la expulsión, ayer, de Silvio Berlusconi del Parlamento italiano, la pérdida de aforamiento y su inhabilitación para concurrir a elecciones italianas o europeas durante seis años se cierra uno de los peores capítulos de la política italiana de nuestro tiempo.

Quien dominó la escena pública durante dos décadas y llegó a la jefatura del Gobierno en tres ocasiones es hoy un condenado por un delito de fraude fiscal al que le esperan varios juicios sin la posibilidad de manipular las leyes a su favor como hizo en el pasado desde el puesto que ocupaba.

Berlusconi ha sido una anomalía en el escenario público italiano y también en el europeo. Hizo su aparición en el campo político cuando la primera república se había hundido en el mayor descrédito y el país necesitaba una regeneración. Con el multimillonario llegó todo lo contrario a esta refundación absolutamente prioritaria. La defensa de sus intereses personales ha teñido toda la actuación política, a la que se han sumado distintos escándalos de cariz sexual.

Lo que deja hoy el delincuente condenado es un sistema político bloqueado que ha perdido numerosas ocasiones para enderezar la propia política o la economía del país, particularmente en los últimos años, cuando la crisis se ha cebado también en Italia.

Sin embargo, el fenómeno Berlusconi no se explica solo por sus habilidades en el terreno de la mercadotecnia. El magnate televisivo ha contado siempre con un amplio espectro de la sociedad italiana, que le ha votado regularmente y que ayer mismo le manifestó su apoyo en la calle. Y su éxito también ha sido posible gracias a las pulsiones cainitas de una izquierda que ha sido incapaz de presentar alternativas sólidas y liderazgos creíbles.

La última jugada política del magnate ha sido la de abandonar lo que era una amplia coalición de gobierno entre su partido y la izquierda puesta en pie para articular medidas para superar la crisis. Lo que queda es una coalición inestable a expensas de saber qué papel adoptará el movimiento de Beppe Grillo .

La desaparición de Berlusconi de la vida parlamentaria ofrece una ocasión de oro para devolver la dignidad a la política. Pero si fallase no sería la primera vez que se desaprovecha, porque aunque Berlusconi se va, su huella permanece.