E l pasado viernes de dolores murió el científico que descubrió el beso de la felicidad, metáfora más reveladora que el nombre de la sustancia que la transmite, dopamina. Sus estudios le valieron el Premio Nobel en el año 2000 junto a otros dos estudiosos, y aunque luego fuera acusado de discriminación por una colega, lo cierto es que nadie es perfecto. La dopamina es el neurotransmisor al que el ser humano debe la sensación de felicidad, aunque este, en su ignorancia, durante siglos se lo ha atribuido a condiciones variopintas que van desde las más primarias e indispensables, como el estómago satisfecho, la protección bajo un techo seguro contra bestias y desmanes de la naturaleza, la compañía de una familia y la convivencia en sociedad, a otras que recorren el éxito social, el amor, cuando a veces se quiere decir sexo y los bienes materiales. Algunos hay que, una vez conseguido aquello en que habían puesto sus anhelos, constatan que les sigue faltando algo para ser feliz. Otros, sin embargo, los bienaventurados que se conforman con lo que tienen, transmiten, como la dopamina, felicidad y paz a los que tienen a su alrededor y constituyen siempre una compañía deseada y deseable.

Ha luchado durante siempre el hombre contra el miedo, para tantos expertos en salud mental, el principal enemigo de la felicidad. Pues no hace falta ser un estudioso, ni un médico de cuerpos o de almas para certificar que la persona feliz es la persona que vive en paz consigo misma. Por eso las religiones han triunfado cuando lo han hecho. Porque han sabido dar respuestas a los miedos.

Ahora que hasta la prensa se ha dado cuenta de que en España cada vez hay menos creyentes, las iglesias se vacían y la clase de Religión está en entredicho, curiosamente nunca se ha vivido de tal manera la Semana Santa, y el fervor popular llena calles y plazas, pasea imágenes y atiborra la televisión de lloros, cuando las escasas lluvias impiden que salgan los penitentes. Será fe o será tal vez una falta generalizada de dopamina. Ese beso de la felicidad que todos anhelamos.