Badajoz está viviendo un momento delicado. La sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura por la que obliga al ayuntamiento a demoler las edificaciones construidas en la alcazaba y que ahora acogen a la Facultad de Biblioteconomía ha colocado a los responsables municipales, a los de Cultura y Patrimonio de la Junta, a la Universidad y a la Asociación de Amigos de Badajoz en una situación que tal vez ninguno de ellos había previsto: ¿qué hacer con el cubo , qué hacer con el aulario, qué hacer con la Biblioteca de Extremadura?

La solución, para los espíritus puros, es sencilla: derribarlo todo. Les asiste nada menos que una sentencia, y las sentencias no se discuten; se acatan. Me temo, sin embargo, que en este asunto lo que menos se necesitan son espíritus puros, sino esa otra clase de espíritus, humildes y dubitativos, que entran a discutir sobre el futuro de la alcazaba no con la pretensión de ganar, de imponer su criterio sobre el de los demás, sino con el convencimiento de que van a perder. Más aún: con el convencimiento de que para ganar deberían perder. No es un juego de palabras. Es un asunto serio. Es la actitud que los ciudadanos de Badajoz deberían exigir a quienes están discutiendo sobre la alcazaba: que busquen perder. Porque es la condición para que todos ganen algo, para que algo gane la ciudad.

Lo que ha pasado con la alcazaba ha sido una chapuza. Y, como se ha visto, una ilegalidad. Ha sido ponerse por montera el mayor tesoro monumental de Badajoz, torcerle el pescuezo a las normas elementales de conservación del patrimonio para que admitieran un adefesio arquitectónico (no en sí mismo, sino por el lugar en que se encuentra), justificándolo en el fin --loable, sin duda-- de construir una facultad y revitalizar el Casco Antiguo. Y el pronunciamiento del tribunal que ha juzgado este asunto es impecable: la licencia de obras aprobada por el ayuntamiento es ilegal porque viola el Plan de Urbanismo y la Ley de Patrimonio, que solo admite actuaciones de conservación o rehabilitación en bienes de Interés Cultural, como es la alcazaba y el hospital militar. Y como consecuencia de esa ilegalidad, hay que devolverlos --alcazaba y hospital-- a su estado anterior a la obra.

La culpabilidad de la Junta y del ayuntamiento en este asunto está fuera de duda, y el reconocimiento de la misma es lo menos que los pacenses deberían exigir a ambas instancias, y es lo menos que éstas deberían de reconocer en las negociaciones sobre el futuro del enclave, que tendrían que abordar con el mejor espíritu del perdedor y poniéndose a disposición de los demás con la pregunta: "¿qué tengo que hacer para enmendar el yerro cometido?".

XBADAJOZx puede sentirse afortunada de que una asociación, Amigos de Badajoz, se preocupe de ella, de su valor patrimonial y también de ese otro elemento que no aparece en los libros de historia pero cuyo respeto es obligación de quienes gobiernan: la memoria de los habitantes de esta ciudad. Pero Amigos de Badajoz debería también hacerse algunas preguntas: ¿Cómo devolver al vaso el agua derramada? ¿Cómo devolver el huevo al cascarón? Es, sencillamente, imposible. La alcazaba y el hospital militar nunca serán lo que fueron, aunque de los edificios ilegalmente construidos no quede piedra sobre piedra. Además, la alcazaba ha sufrido muchas agresiones en su vida: sin ir más lejos, la construcción del hospital militar; ese que ahora se defiende y que se coloca como el núcleo de la agresión sufrida por la edificación árabe.

Hay más preguntas que debería hacerse Amigos de Badajoz: ¿La alcazaba patrimonializa todo lo que Badajoz merece conservar? ¿Biblioteconomía, a pesar de sus edificios ilegales, no representa una alternativa defendible de revitalizar la alcazaba y el resto del Casco Antiguo? ¿Cómo presta mejor servicio la alcazaba a Badajoz, como está o como estaba antes de la obra? Sí, ya sé que todas estas preguntas se podrían haber evitado si la reforma del hospital militar para albergar la facultad se hubiera hecho conforme a la ley. Y sé también que es compatible facultad y patrimonio respetado. Pero eso, desgraciadamente, es pasado. Y el tiempo solo retrocede en el comportamiento teórico de esas partículas capaces de viajar más rápido que la luz, pero no para los ciudadanos de Badajoz, que se rigen por el tiempo terrestre. Ahora es preciso gestionar el presente. Una forma de hacerlo, ya digo, es la directa: que se cumpla la sentencia (y sus defensores tienen un argumento incontestable: ¿por qué las administraciones se tienen que ir de rositas? ¿Es que acaso no se exige a los ciudadanos que cumplan las sentencias que les afectan?). Pero debería haber más formas de abordar este embrollo: Amigos de Badajoz tiene la obligación de hacerlo pensando en la alcazaba, pero no solo posando su vista en la alcazaba, sino en Badajoz, que es mucho más que la alcazaba. Es su manera de perder en esta historia: demostrar que son amigos de todo Badajoz. Pero bien podría ser su manera de ganar si sabe jugar la baza de que tiene en su mano dos administraciones responsables de este desaguisado y con obligaciones de preservar el patrimonio: esta sería la mejor hora para que, escribiéndolo negro sobre blanco, cumplieran esa obligación con más diligencia y con más inversiones que hasta ahora. Y en Badajoz no faltan oportunidades para gastar en mejora del patrimonio. La ciudad ganaría. Y la alcazaba, sabia aunque solo sea por vieja, seguro que aceptaría el sacrificio.

*Periodista