Había que suponerlo. La medida adoptada no podía esperar más. La Administración norteamericana en Irak ha decidido una nueva emisión de billetes de dinar y de ellos desaparecerá el rostro cruel de Sadam.

No hacía falta un vídeo con un mensaje del tirano para que sus fieles lo consideraran con vida. Le veían en los billetes y ésta era la mejor prueba de su existencia. Conservaba gran parte de su poder. Los billetes son aún un trozo de papel, pero con el rostro de su líder estampado en un lado tiene un valor y con él puede comprarse comida o sobornar a un funcionario. ¿Hay mejor prueba del poder del desaparecido, si sólo con su retrato impreso pueden hacer frente a sus necesidades? Era absurdo que hubieran retirado las estatuas y que él siguiera en los billetes. Su sustitución tiene la importancia de una operación del Pentágono con misiles y seguramente habrá sido recomendada por los expertos en guerra psicológica. La emisión de unos billetes sin la cara del omnipotente será el desmoronamiento del mito. Será la auténtica muerte del déspota. Si un día aparece por un mercado de Bagdad un tipo bigotudo afirmando que es Sadam, los mercaderes se reirán y dirán de él que es un chalado.

La gente empieza a preguntarse si pondrán algún retrato. Uno cree, sinceramente, que para que la situación de los soldados norteamericanos sea más llevadera, lo inteligente sería poner al señor Bush. Quizá no quedaría muy fino, pero sería la mejor comprobación de que la guerra se acabó con la victoria norteamericana. Y, si no quiere estar solo, que aparezca con Aznar y Blair.