Tras las elecciones de mayo el bipartidismo se ha instalado en la Asamblea de Extremadura, al igual que en otras autonomías donde no existen fuerzas nacionalistas o regionalismo radical sucedáneo. Por el momento, el nuevo escenario deja indiferente a la opinión pública extremeña. Parece que se daba por descontado o que la victoria arrolladora del PSOE, la séptima consecutiva, ha desplazado del primer plano cualquier otra circunstancia.

Lo que pasa inadvertido en el ámbito autonómico sería revolucionario en el ámbito nacional, incrustado de pequeños partidos nacionalistas que identifican pluralismo con pluripartidismo. Pretenden así ocultar los privilegios obtenidos de la ley electoral y de paso legitimar su sobrerrepresentación en las Cortes españolas. Sobrerrepresentación que venden como la llave de la gobernabilidad, de esos acuerdos postelectorales que elevan a categoría específica de la democracia en este país.

Frente al pluripartidismo, K. Popper es el paladín del sistema bipartidista, al que considera la mejor forma de democracia. Para el autor de la Sociedad abierta y sus enemigos , el bipartidismo no es contrario a la tolerancia y al pluralismo de ideas y opiniones. Considera equivocado que la multiplicidad de ideologías se tenga que reflejar en una multiplicidad de partidos políticos, tanto políticamente como ideológicamente. De hecho, la política de los partidos no se atiene con claridad a la pureza ideológica.

XTODOS PODEMOSx estar de acuerdo en que cuantos más partidos hay más difícil es formar gobierno. También nos muestra la experiencia del Estado autonómico que cuantos más partidos obtienen representación, para formar coaliciones de gobierno postelectorales, se da una relación inversamente proporcional entre el poder que consiguen los representantes de los partidos y el número de votos recibidos. La formación del último gobierno balear prueba hasta dónde puede llegar esa relación inversa, o dicho de otro modo, hasta dónde pueden llegar las ofertas de los partidos grandes a los muy pequeños, suponiendo que se pongan límites.

Así mismo, cuantos más partidos más difícil es aplicar el veredicto de las urnas a la actuación del Gobierno. Si el partido que apoyaba al Gobierno estaba en minoría, o gobernaba en coalición con uno o varios partidos minoritarios, el electorado tiene que juzgar una situación condicionada por las concesiones que se hayan hecho. Cuando esta situación se repite en sucesivas elecciones ni los gobernantes ni los gobernados depuran responsabilidades con claridad. Difícil es atribuir responsabilidades si el partido que está en el gobierno pierde las elecciones y continúa gobernando en coalición, pongamos el caso de Canarias. Y rizando el rizo, si un partido minoritario puede dar el gobierno indistintamente a uno de los grandes partidos, como ERC en la comunidad catalana, el desconcierto llega al electorado. Quizás la causa del alto nivel de abstención en Cataluña no haya que buscarla tanto en las complejidades socioeconómicas de la globalización sino en ciertas prácticas políticas autóctonas.

Para Popper, la misión de un partido político es proponer un gobierno o supervisar críticamente la actuación del Gobierno desde la oposición. Esta supervisión crítica se aplica también a la tolerancia del Gobierno frente a las diferentes opiniones, ideologías y religiones. No de modo absoluto, sino con la condición de que éstas sean tolerantes, pues niega rotundamente a las ideologías que predican la intolerancia el derecho a la tolerancia. Según el autor de La miseria del historicismo , los malos resultados electorales de uno de los grandes partidos le deberían obligar a cambios en su organización interna y en el ejercicio del liderazgo. Da por sentado que los partidos aprenden de sus errores o, en el límite, están condenados a desaparecer. Esto de aprender de los errores puede sonar demasiado simple, incluso ingenuo, en el ruedo ibérico. Sin embargo, por mucho que se devalúe el mero hecho de depositar un voto en las urnas cada cuatro años, el poder vuelve al pueblo soberano. El poder de cambiar un gobierno por otro sin violencia.

El bipartidismo popperiano no es un mecanismo simplificador. Para que la elección de los votantes fortalezca la democracia tan importante es que la opción del partido en el gobierno como el de la oposición muestren su capacidad para gobernar. De lo contrario, se puede votar la continuidad de un partido en el gobierno como mal menor. El poder de los electores para juzgar al Gobierno no necesita más que la existencia de dos partidos. No se puede afirmar que los extremeños hayan elegido un sistema bipartidista como la forma mejor de democracia, pero este bipartidismo sobrevenido puede aumentar la capacidad de los votantes para exigir responsabilidades a los dos partidos con representación en la Asamblea.

*Economista