Tenemos la obligación moral de ayudar a los países más vulnerables a prepararse para desastres naturales. El ciclón Nargis en Myanmar (Birmania) ha dejado más de 60.000 personas muertas o desaparecidas, y un millón de personas han perdido sus hogares. La comunidad científica nos advierte que por el calentamiento global habrá cada vez más ciclones y otros acontecimientos naturales extremos. Se podría haber aliviado gran parte de las pérdidas humanas de estos ciclones tropicales con, por ejemplo, sistemas de alerta y estructuras protectoras (diques). En Europa contamos con una economía estable, acceso a tecnología y saber-hacer para protegernos contra las fuerzas de la naturaleza. El debate sobre el último ciclón en Myanmar debe entonces ir más allá de hablar sobre enviar ayuda, sino debe también entrar en debate sobre el tema del coste de la adaptación para los países más pobres. Tenemos la obligación moral de ayudar a estos países a prepararse para futuros desastres producidos por el cambio climático. La adaptación para los países en vías de desarrollo (diques, sistemas de regadío, etcétera) costará alrededor de 50 mil millones de dólares al año. Su coste debería estar repartido entre los países desarrollados que tienen una responsabilidad mayor sobre la acumulación de gases de efecto invernadero del último siglo: la Unión Europea, los EEUU, Japón, Canadá y Australia.

Tenemos que exigir que nuestro presidente con su gobierno asuma nuestra responsabilidad ante estos acontecimientos climáticos y se comprometa a:

--Hacer mucho más para frenar el cambio climático; Contribuir a un Fondo de Adaptación para los países menos desarrollados para ayudar a prevenir futuros desastres; Exigir en foros mundiales que los países industrializados asuman su responsabilidad y el coste de la adaptación al calentamiento global.

Helene Gallis **

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