WLwos resultados de las elecciones locales celebradas el jueves en el Reino Unido constituyen una severa derrota para el primer ministro, Tony Blair , pero no son un desastre para el nuevo laborismo que conquistó el poder de manera espectacular en 1997. Como es habitual, los exiguos votantes respetaron la tradición de castigar al Gobierno, pero se diría que sin saña. Con una participación que no llegó al 40% de los inscritos, los avances del Partido Conservador, bajo el nuevo liderazgo del joven David Cameron , no son suficientes para certificar el nacimiento de una alternativa, mientras el Partido Liberal Demócrata, con vocación de bisagra, queda literalmente estancado en sus aspiraciones.

Aun así, el escrutinio provocó un contenido terremoto político, en forma de amplio reajuste del Gobierno, en otro intento de Blair de mantener el suspense sobre su retirada y la entrega del testigo a Gordon Brown . Si Blair ha podido levantarse del batacazo ha sido porque, al final, las elecciones, presentadas como un referendo sobre el premier, se han dirimido en una mediana tormenta, por más que los sectores izquierdistas laboristas hablen de gran fracaso. Pero queda meridianamente claro que Blair es la rémora.