Hace poco, me comentaba una veterana compañera, que se pasa la vida por la carrera de San Jerónimo, que José Blanco es una buena persona. Y creo que es así. Hace un par de años con motivo de una entrega de premios de televisión, que se organizó en la Carrera de San Jerónimo, y a la que acudí porque me había encomendado mi presidente, Manuel Campo Vidal , que entregara un trofeo, le escuché una de esas intervenciones relajadas que te acercan a la persona. Vino a decir que a su madre le extrañaba que tanta gente hablara mal de él, cuando era un buen chico.

Es el problema de interpretar con entusiasmo el papel que te adjudican: la gente confunde la persona con el personaje. Repito que Blanco me parece buena gente. Y que ha sido el mejor ministro de Fomento de esta etapa socialista, aunque también es verdad que superar los desastres anteriores tampoco era muy difícil.

Una vez me lo presentaron, y me dio la mano como hacen los toreros valientes al dar un pase, mirando al tendido, prueba de que no fui de su interés, lo cual no me ofendió, porque a mí los ministros sólo me ofenden con las órdenes ministeriales, siempre y cuando me afecten en mi vida cotidiana.

Ahora, a Blanco, le han vuelto a dar el papel de negro, por el tiempo que dure esto, y cuya resistencia no depende de la fortaleza de Rodríguez Zapatero , sino de esa prima a 320, la más alta de la historia, que nos convierte en un país del que se desconfía más que de Italia.

Ser portavoz en estos tiempos, es un trabajo de negros. Ensalzar al Gobierno, loar a Pérez Rubalcaba y lanzar dardos contra Mariano Rajoy es una tripleta de la que sólo se puede ocupar Blanco, porque le han dejado sin aves, sin autovías y sin presupuesto, y, claro, es el ministro que dispone de mayor tiempo libre y de más experiencia para agitar. Un gran acierto.