Notario

Quizás influya también el calor tórrido que soportamos estos últimos días. Pero lo cierto es que cualquier ciudadano que siga con atención discreta la vida política española tiene más que sobrados motivos para sentirse, cuanto menos, desazonado.

En el norte, el enfrentamiento institucional entre el Parlamento vasco y el Tribunal Supremo ha alcanzado ya el punto de no retorno. Además, la ausencia de un procedimiento normado que permita su resolución oscurece las perspectivas. Cualquier salida será sin duda traumática, aunque no se llegue a la suspensión de la autonomía, a la que se ha referido con oportunidad más que discutible Jaime Mayor.

En Madrid sigue el infecto culebrón de la Comunidad. A estas alturas, dos cosas han quedado claras. Una, que deben convocarse nuevas elecciones, previa la asunción --por la dirección del PSOE-- de la responsabilidad directa que le corresponde. Y, otra, que el hedor a corrupción va más allá de la anécdota que ha destapado la olla y afecta a todos los partidos.

Y en el oasis catalán todo ha quedado, por ahora, en una grave falta de buenos modos parlamentarios. Pasqual Maragall ha arremetido contra la gestión del presidente Pujol con una acritud y una falta de matices impropios de la ocasión y ajenos a su talante. A lo que Pujol ha respondido con el insulto puro y duro. Un insulto --"inútiles"-- que es muy injusto, pues olvida que buena parte del mérito por la paz social vivida en Cataluña durante los últimos 20 años debe adjudicarse al PSC. Un insulto que, además, pone de relieve la mayor limitación de quien lo infiere: su resistencia al reconocimiento del mérito ajeno. Lo dicho, ¡qué comienzo de verano!