Dramaturgo

Varias asociaciones de consumidores han iniciado un boicot a marcas comerciales que financian programas como Gran Hermano. De esta forma se pretende cortar el suministro que permite la programación de ese bodrio en horarios protegidos o al alcance de menores. Sugiero que la medida se extienda a otros programas, caso de Ana Rosa Quintana, cuya exhibición se hace en ese horario y cuyos contenidos son pura basura (como entrevistar a una madre con el cuerpo de su hijo muerto presente o hacer que un enfermo como Angel Cristo salga para decir disparates).

El boicot es medida muy accesible pero que usamos poco. Se nos olvida cuando hablamos de temas como, por ejemplo, los libros de texto. ¿Por qué quejarnos cada curso ante las barbaridades que cometen las editoriales cambiando dos dibujitos y un problema y obligándonos a comprar libros de texto nuevos? ¿Por qué narices tenemos que pagar cifras astronómicas por un cuadernillo de inglés o un libro con pastas de cartulina blandita? Con plantarnos en una cifra sensata y negarnos a pagar más, basta. Con decir que pagamos 6 euros por el cuadernillo y ni un duro más, ya verán cómo acaban las editoriales poniendo 6 euros de precio a los cuadernillos cuando vean que nadie está dispuesto a pagar más. Y lo mismo podemos hacer con la luz, el teléfono o el pollo.

El boicot es un sencillo rechazo, una forma democrática de ejercer nuestros derechos y presentar nuestras posibilidades. Además lo ejercemos de forma natural cuando elegimos opciones de compra, de asistir a tal o cual sitio o ir al dentista. Hay que darle a la basura el valor que tiene y a los cuadernillos obligatorios de la enseñanza obligatoria, lo mismo.