Desde este mismo espacio he venido reclamando una y otra vez unidad, unidad ante la crisis, unidad como el mejor de los remedios y el mejor de los refugios ante la adversidad, unidad ante lo difícil como se hace en los núcleos de familia, de amistad, de trabajo cuando se quiere superar. Unidad como sentimiento colectivo, ese mismo que vimos en cada uno de los balcones cuando daban las 20:00h, unidad para defender sin descanso a esos héroes y heroínas que se deslomaban en las residencias, en los hospitales, en los centros de salud... unidad para renunciar a un negocio y único sustento para velar por la seguridad colectiva, unidad para superar lo que nunca imaginamos que viviríamos, unidad para renunciar al último abrazo de quien más quieres, unidad para superar el dolor, unidad para esperar la luz al final del túnel. Unidad.

¿Alguien podría imaginar que se podría toquetear y jugar con eso? ¿alguien podría pensar que algo tan humano como la búsqueda a través de la unidad de la superación del dolor, el miedo y la renuncia era perjudicial? Pues llamadme ilusa, pero pensé que no, pensé que nadie dudaría del dolor sin mirar de quién, pensé que la empatía nos unía, pensé que en esto, en estos momentos, la humanidad nos reconciliaría, lo pensé, pensé que como dice el Eclesiastés (3, 1-8) hay un tiempo para todo y ahora era el de la unidad, sin más, sin matices, el de primero la vida y después que nadie se quedase en esta crisis, sin ganadores ni perdedores.

Pensé, pero hubo quien no lo hizo así y buscó la exaltación del odio y las palabras gruesas en busca de la división. Hay quien ha entendido que envileciendo el debate público y rompiendo el clima democrático y plural gana, hay quien cree que desde las miserias se crece, hay a quien poco le importa que entre dos vecinos empiecen los recelos por si sale a las 20:00h a aplaudir o a las 21:00h con una cacerola, hay quien busca que el desahogo de todo lo sufrido sea a través del insulto, hay quien cree que haciéndonos peores, son mejores, hay quien cree que el beneficio se encuentra en buscar que los que tenemos ideologías diferentes nos tiremos bolas de barro a la cara, así solo veremos esa suciedad y no podremos ver y ocuparnos de otras cosas, como por ejemplo buscar soluciones a los problemas que tan rápidamente reflotan.

Los consensos nunca son fáciles, nacen de renuncias, de presiones, de insatisfacciones y frustraciones de las partes, para quienes lo llevan a término son fuente de desgaste y desaliento, y sí, la diferencia se encuentra en quienes están dispuestos a pagar el precio.

El tiempo suele premiar y colocar el respeto debido, pero hay quien no está dispuesto a pensar en el futuro, la supervivencia del día a día apremia y reconforta lo fácil.

Exigir honestidad depende de todos y cada uno de nosotros, respetar y mantener nuestra convivencia, también. Hay quien pensó que salir mejores de esta crisis no convenía, en nuestras manos está hacerlo o no, en todas, sin distinción.

*Filóloga y diputada del PSOE.