Once muertos y más de 65 heridos, casi todos iraquís, dejó ayer el atentado con coche bomba ante la embajada jordana en Bagdad, que acto seguido fue saqueada. La hipótesis inicial más verosímil apunta a que se quería hacer pagar cara al vecino reino hachemí su colusión con EEUU en la guerra de Irak. Pero no es la única. No en vano Jordania acoge, con el visto bueno de Washington, a las hijas de Sadam, a las cuñadas de éstas y a sus cuñadas y nutridas familias. Y sobre todo porque las víctimas no eran jordanas ni norteamericanas; eran civiles iraquís, lo que abre la puerta a una peligrosa espiral de libanización de Irak. El salto cualitativo que supone este atentado no hace más que ensombrecer el panorama de escaramuzas guerrilleras en el que la sangre no deja de correr en Irak, donde EEUU contabiliza ya más bajas que en la guerra del Golfo. Bush cantó victoria y dio por concluida la guerra el 1 de mayo. Pero el éxito no se materializa: la inseguridad reina por doquier, la pedagogía de la liberación no cala entre los iraquís y el conflicto político inherente a la invasión tiende a agravarse. Una guerra civil en un mosaico religioso y tribal redoblaría la catástrofe.