En política internacional no hay coincidencias casuales. Se aprovecha un hecho grave para que tape otro, así, la basura ajena tapa la propia. No fue casual que en 1956, para castigar a Nasser por la arrogancia de haber nacionalizado al canal, los paracaidistas británicos, franceses e israelís cayeran sobre Suez aprovechando la brutal represión contra la Hungría rebelde, y tampoco ahora es una casualidad que el comandante Fidel Castro haya puesto en marcha la caza del disidente, mientras el mundo mira a Irak.

No lo hará, pero gracias le tendría que dar el líder cubano al presidente Bush. Ha armado un embrollo tan gordo en el planeta que será difícil que la atención internacional se fije en Cuba. De ahí que uno se sienta en el deber moral de reclamar media hora de atención para la isla y que el resto del día, si se quiere, sea para Irak. Bien mirado, son dos hechos que van encadenados. Las bombas que se lanzan contra Sadam salpican con su metralla a los disidentes.

78 personas han sido arrestadas, acusadas de conspirar y de realizar actos de traición. En los regímenes totalitarios esto significa reunirse con personas que piensan más o menos igual y hablar. Como mucho firmar un papel. Por tales actividades, 11 detenidos podrían ser condenados a cadena perpetua y el resto a penas de entre 12 y 30 años. Parecía que se les toleraba, que no se les hacía mucho caso, pero llegó Castro y mandó detenerlos aprovechando que el mundo estaba distraído con la guerra. Habrá que seguirla condenando, pero pidiendo la libertad de los disidentes. Una pancarta no es incompatible con la otra.