La sospecha de que alguna franquicia de Al Qaeda se encuentra detrás del ataque terrorista del miércoles y ayer en Bombay, una de las ciudades más importantes de India, no es suficiente para dilucidar quién manejó los hilos desde el exterior y quién está en condiciones de capitalizar la matanza. Porque más allá de la reivindicación del atentado por parte de la organización Muyahidines del Decán, detrás de la cual nadie sabe quiénes esconden su identidad, no hay forma de esclarecer lo que el primer ministro de la India, Manmohan Singh, considera en buena lógica que es la misión prioritaria de su gobierno: dar con los inductores ideológicos de la carnicería.

Lo cierto es que durante el último año han mejorado las relaciones entre la India y Pakistán, proclives a la histeria, cuando no telón de fondo en otras ocasiones de acciones terroristas, porque han estado atravesadas por el contencioso de Cachemira desde la independencia misma de ambos estados, que se remonta a 1947 y que es conocida como la Partición. Es igualmente cierto que el Ejército y los servicios secretos paquistanís han acogido con disgusto la decisión del presidente Asif Alí Zardán de renunciar a tomar la iniciativa en la utilización de armas nucleares contra la India. Y aún es más sabido que una parte de los servicios de información paquistanís dan apoyo con frecuencia a la guerrilla talibán y a los combatientes de Al Qaeda, a cubierto de persecuciones en las serranías inaccesibles del noroeste de Pakistán, en la región limítrofe con Afganistán.

De ahí que predomine la sensación de que los atentados, sean cuales sean sus inductores, tendrán efectos políticos similares así en la India como en Pakistán. Porque perturbarán las relaciones entre ambos países, reforzarán a los adversarios de la diplomacia a toda costa y debilitarán la tambaleante experiencia del restablecimiento de la democracia en Pakistán; es decir, beneficiarán a los fundamentalistas. Se correrá el riesgo, en fin, de retrasar el reloj al 2006, cuando después de los atentados sufridos por varios ferrocarriles de cercanías de la región de Bombay, una parte de la opinión pública india, alentada por los partidos nacionalista y el hinduismo integrista, vio en Pakistán el aliado no confeso del islamismo recalcitrante.

A lo cual debe añadirse que, a siete semanas de que se consume el relevo de inquilino en la Casa Blanca, los estrategas del terror han enviado una vez más un mensaje desafiante inequívoco. Porque, como anuncian los especialistas en la lucha antiterrorista, han puesto en evidencia los mecanismos de prevención puestos en pie por Estados Unidos y sus aliados después del 11-S, tan aparatosos como vulnerables, según se ha demostrado una vez más en Bombay.