La peripecia de los cinco bomberos catalanes que estaban de vacaciones en Francia y fueron señalados por las autoridades policiales como presuntos etarras constituye un hecho tan inusual como improcedente. Que en la patria de las libertades y los derechos individuales la policía pida a los medios de comunicación que difundan masivamente un vídeo con imágenes de ciudadanos que supone que son peligrosos terroristas pero que no eran más que pacíficos turistas es un desliz grave. Dicho esto, hay que añadir de inmediato que este error no debe ser magnificado ni mermar la estrecha e imprescindible cooperación entre España y Francia en la lucha contra ETA. La muerte, el pasado martes en Villiers-en-Bière, de un agente francés en un tiroteo con un grupo de etarras ha conmocionado profundamente a la policía de nuestros vecinos del norte, y eso, junto a su nula experiencia en la investigación por sí misma de delitos de sangre del terrorismo vasco en suelo francés, explica, aunque no justifica, esa precipitación con tan peligrosa confusión como resultado. Un cierto exceso de euforia por parte española por los frutos que se suponía daría la pista del falso vídeo, y una diligencia mejorable por parte de la Generalitat al descubrir el error, completaron el cuadro de un enredo que pudo haber tenido consecuencias fatales para los cinco bomberos catalanes.