TLta justicia siempre ha sido un concepto abstracto --difuso en su comprensión e ilimitado en su extensión-- que cada pueblo, civilización o cultura ha ido adaptando, mal que bien, a su propia idiosincrasia; con atribución directa a sus dioses de los principios que consideraba irrenunciables en la práctica diaria de su ética social. Así nació el primer "Código de Hammurabi" en el que se fijaron por escrito los rasgos más primitivos de lo que se consideraba justo: "Ojo por ojo y diente por diente".

Desde la lejana época de Ulpiano , en un contexto mucho más civilizado y razonable, hasta los filósofos del Derecho que campan actualmente en nuestra Universidades, se considera que la noción de Justicia está estrechamente unida a la de las leyes que intenta aplicar; por lo que la definen de esta manera: La Justicia es la constante y perpetua voluntad de atribuir a cada uno su derecho; para vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo suyo.

Las reflexiones morales, sociales e igualitarias que se han ido sumando a la noción primigenia de estos tres principios: "vivir honestamente", "no hacer daño a nadie" y "dar a cada uno le que le corresponde", por pate del Cristianismo, del Humanismo y de las revoluciones liberales --incluso, de las teorías "iusnaturalistas" posteriores-- no han cambiado nada de aquella primera relación conceptual entre Justicia y Derecho, que ya estableció Roma en su "Corpus Iuris Civilis" y en la mentalidad juzgadora de sus Pretores, Propretores y juristas, que no acababan de delimitar con claridad el trazo entre lo que es justo y lo que no lo es.

En la práctica cotidiana, en la apreciación ordinaria de las gentes comunes y en la conciencia social de los ciudadanos, esta identificación según la cual Justicia es cumplir y hacer cumplir las leyes, da lugar a notables y numerosas injusticias, abusos y discriminaciones; por la sencilla razón, muy arraigada en la mente popular, de que 'Quien hace la ley, hace la trampa'. Y ya existen muchos ejemplos, desgraciadamente, de legisladores que legislan, solo y exclusivamente en su propio provecho.

XHAY OTRASx razones igualmente convincentes que borran los límites y fronteras entre la Justicia y la vulgar injusticia, que arranca del abuso de los poderosos. Primero: no existe una sola variedad de Derecho que garantice una sola modalidad de justicia --universal e igualitaria--. Cada país, cada cultura religiosa, cada pueblo tienen un cuerpo legal distinto, diverso y, a veces, contradictorio. La "sh ryya" establecida por el Corán como único derecho para todos los musulmanes, es absolutamente distinto del sistema legal occidental; y otras modalidades de derecho tradicional que se conservan en varios rincones del Planeta tampoco coinciden en sus bases y sus principios.

Hoy podemos observar, entre incrédulos e indignados, cómo hay declarados delincuentes que quedan en libertad por pequeños defectos en el proceso, al aplicarse leyes del Derecho Procesal que protegen al delincuente y su intimidad por encima de los derechos del resto de los ciudadanos; incluso por encima de sus propias víctimas.

Banqueros defraudadores, que han aplicado abusivamente cláusulas financieras a clientes escasamente informados, quedan libres de culpa porque estos clientes --de escasos recursos y medios-- no han tenido dinero para contratar a grandes despachos de abogados, por lo que no se ha "aplicado el derecho" con igualdad y eficacia.

Gestores de la "Res Pública" que han incurrido claramente en cohecho, fraude de ley, malversación de fondos públicos y otras "habilidades" propias de la política, quedan libres y sin culpa porque sus representantes y procuradores sí que conocen las triquiñuelas de cada proceso y el carácter de cada Tribunal. ¿Es universal la Justicia?

Si de verdad queremos que se cumpla la Justicia de forma igualitaria y general para todos, hay que empezar por hacer una profunda reforma del Derecho y de las leyes en un sentido más justo.