Sociólogo

Creo que era Baltasar Gracián el que decía que siempre ve más el que mira que los que juegan. Por eso, tengo la impresión de que si no es en estas próximas Navidades probablemente lo será en las siguientes; pero, en cualquier caso, lo que ya va resultando bastante público y notorio es que su majestad el botellón morirá por inanición, aterido de frío, pues, como dijimos en fechas atrás: la moda del botellazo tiene los días contados. Todo gracias a que la opinión pública ha ido tomando conciencia de la magnitud del problema. Y mucha culpa de que por fin se haya plantado cara a un uso social, tan incívico como poco saludable, la han tenido (además del esfuerzo de gran parte de la sociedad) los medios de comunicación social, alertando e informando sobre un fenómeno que, tal vez por desidia y dejadez o porque se pensara que iba a ser una moda pasajera más, se ha ido prolongado sin que la mayoría nos hubiéramos dado cuenta.

En todo caso, si a todo el entramado --jurídico, político y social-- que se ha tejido para eliminar el botellón añadimos la ayuda (insustituible) de los propios jóvenes universitarios --no olvidemos que fueron ellos los instigadores de que se bebiera masivamente alcohol en la calle-- el día que vuelvan a ser conscientes de que los llamados efectos benefactores del botellón (el hecho de poder relacionarse sin inhibición, perder la timidez, precios módicos, bebidas sanas y pasar buenos ratos) también puede conseguirse igualmente --con mayor comodidad, higiene y respeto para con los demás-- en las llamadas fiestas de la facultad que otrora estaban perfectamente organizadas y además servían para generar unas sustanciosas bolsas de dinero que contribuían a sufragar los Viajes del ecuador o los bonitas excursiones de Fin de carrera , entonces no hay duda de que el botellón por fin desaparecerá para siempre y sin remedio. Y si desaparece el botellón entre los jóvenes universitarios, los jóvenes de 14, 15, 16 y 17 años se van a ir quedando más solos que la una , sin referentes ni modelos negativos a los que imitar y pasando más frío que unos pollos en el Polo Norte.

Una vez atajado el problema en las grandes ciudades, en las zonas rurales la cosa va a ser mucho más fácil, pues en los municipios pequeños todo el mundo se conoce (padres, jóvenes, tenderos, agentes locales...). Además, los alcaldes saben que las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina y a nadie le interesa que su pueblo sea noticia de primera página por algo que, llegado su momento, va a estar más pasado de moda que las viejas bolas de alcanfor.

Si el botellón se ha permitido y aguantado estoicamente durante diez años, no nos vamos a dejar vencer ahora por las prisas y la ansiedad; tampoco es cuestión de erradicar el problema en dos meses, pues como digo, al final con paciencia y educación el botellón va a terminar suprimiéndose, máxime si todos los padres que tengan menores a su cargo echan una mano acotando o achicando aquellas pagas semanales que se desvíen del cometido previsto y consensuado con sus propios hijos (no todo va a ser echar las culpas a los poderes públicos).