El planeta que se empieza a consolidar es un mundo lleno de incertidumbres y de grandes desafíos, donde serán muchos los motivos para el conflicto, la separación y también las agrupaciones territoriales, según los momentos e intereses.

Pero ya nada será igual que en el pasado, porque estamos inmersos en un nuevo escenario más global cada día y más interactivo. Las sociedades que mejor se adapten a los nuevos rumbos, cuyas coordenadas serán la libertad individual y la desaparición de barreras comerciales e ideológicas serán aquellas que marquen las tendencias exitosas frente a las comunidades «tradicionales», que se aferren a la historia, a las costumbres, a la religión, a su «nicho ecológico» o a sus hechos diferenciales como elementos de identidad, que, en ese supuesto, seguirán o iniciarán un proceso de declive económico y regresión demográfica, fruto de la incapacidad para orientarse en el proceloso entorno que conllevan dinámicas de mayor complejidad, en los que el «terruño”»será algo meramente simbólico y sin operatividad.

Por consiguiente, siguiendo la teoría de Darwin para las especies, aquellos territorios y ciudades que no adopten las estrategias adecuadas tampoco se adaptarán y acabarán por sucumbir. Ya aconteció en el pasado con ciudades como Babilonia, Angkor, Alejandría, Cartago o Mérida, que cayeron en desgracia. Y en la actualidad ocurre con muchas otras, entre las que sobresale Detroit, que hasta hace unas décadas con su industria automotriz, representaba el «sueño americano», por su dinámica expansiva y pujante. Sin embargo, la capital de Michigan es hoy el ejemplo más palpable de la tragedia evolutiva de una urbe que ha pasado de ser emblema cinematográfico a imagen apocalíptica.

Las sociedades abiertas, especialmente las residentes en grandes metrópolis de carácter global (en todos los continentes, y no sólo en Europa y Norteamérica), serán las que establezcan nuevos modos de relación y producción y, por ende, acabarán concentrando cada día más a la población con talento y creatividad, generadora de nuevos recursos y economías más desarrolladas, apoyadas en «corredores geo-estratégicos» de Asia (Tokio, Seúl, Taipéi, Pekin, Shangái, Hong Kong, Delhi, Bombay, Kuala Lumpur, Singapur, Sidney, Yakarta o Manila), Norteamérica (Los Ángeles, San Francisco, San Diego, en el litoral Pacífico, o Atlanta, Filadelfia, Washington D. C., Nueva York, Boston y Miami), o las nuevas emergencias suramericanas de la costa Oeste (Santiago-Lima-Quito-Guayaquil-Bogotá-Medellín o Panamá) o de la costa Este (Buenos Aires, Sao Paulo y Rio de Janeiro) y, las principales capitales europeas (Londres, París, Berlín, Frankfurt, etc.) y algunas ciudades sin corredor aparente (México o Ciudad del Cabo). No obstante, otras grandes urbes africanas o asiáticas por su situación político-religiosa no son seductoras para el capital y la innovación, por la ausencia de seguridad y libertad.

Las comunidades, incluso avanzadas actualmente, que se empeñan en defender estructuras políticas y administrativas más atávicas e intervencionistas, basadas en legislaciones restrictivas (separación o levantamiento de fronteras) irán perdiendo oportunidades ante la capacidad de atracción de emprendedores y/o fuga de los existentes, lo que supondrá un retroceso en términos relativos. Igual que está pasando en los territorios más ruralizados del mundo, inclusive de Norteamérica o la Unión Europea, en el que las regiones de baja densidad demográfica y con ausencia de urbes con rango-tamaño competitivo son incapaces de generar enviones para crear sinergias socio-económicas y cuyos resultados están a la vista (envejecimiento, desempleo, bajas rentas, etc.).

El mundo que viene, cargado de expectativas, está ligado a las asociaciones de grandes ciudades-estados, intercomunicadas en lo económico y entrelazadas en lo social y lo cultural. El resto serán espacios geográficos marginales, aunque se encuentren en continentes ricos, dentro de un mundo cada vez más competitivo y con mejores perspectivas de futuro.

El reto está en la adopción de políticas territoriales que eviten el secuestro de las opciones en esas comunidades para que, aun estando más despobladas, puedan ofrecer productos y servicios (calidad y ambiente) a las más avanzadas, para corregir la «brecha» que se ensancha.