Lo mejor del debate, no sé si por desgracia, fueron los comentarios de las redes sociales, creados por esa capacidad tan pero tan española de sacar punta a cualquier asunto y reírnos hasta de nuestra propia sombra. Horas antes ya estaba internet burlándose de los cuatro jinetes del apocalipsis o los cuatro fantásticos, con mayor o menor fortuna. Genial, sin duda, la foto del debate, en cuyos extremos se ve a Rajoy impecable en su traje sin arrugas y a Pablo Iglesias en mangas de camisa, con el título de "el antes y el después de la boda". En medio, los otros dos candidatos, con y sin corbata. Irónica la que representaba la llegada de Rajoy , como si fuera una tele de plasma cargada en la baca de un coche. Y las que se burlaban de lo repetitivo que estuvo Pedro Sánchez recordando al líder de Podemos su negativa al pacto. Hubo también bromas lingüísticas, que criticaban las veces que Albert Rivera decía han habido. Y hasta literarias: qué es política se pregunta Luis Piedrahita ante un Pablo con unos ojos increíblemente azules. Política eres tú, pues claro. No se libraron ni los técnicos de sonido, ni los asesores, ni el mismo Pedro Piqueras , dibujado con la sonrisa hambrienta del psicópata de El Silencio de los corderos. Ni siquiera escaparon indemnes los ausentes. Garzón también tuvo lo suyo, precisamente por no estar, y la vicepresidenta del gobierno aparece desmelenada y perdida. Y vale que podríamos hacer la lectura positiva (si es que todas las lecturas no lo son) de que somos un pueblo capaz de afrontar cualquier crisis con el mejor sentido del humor del mundo. Y vale que también podríamos sacar la conclusión de que somos unos ignorantes, fruto de mil y una reformas educativas, que solo saben de fútbol y siesta. Sea como sea, por mucha alegría que queramos ponerle, es muy triste que lo mejor de un debate previsible, mediocre y gris sea la alegría y espontaneidad de los votantes. Por mucho que digan, no tenemos los políticos que nos merecemos. Ni de broma.