El hecho más relevante de los actos del Primero de Mayo ha sido la agresión a José María Fidalgo, líder de CCOO, porque es insólito que un dirigente sindical sea atacado por militantes durante una jornada más ritual que reivindicativa. Pero no es sorprendente, porque hace semanas que el grupo más radicalizado de extrabajadores de Sintel calentaba la jornada de ayer en Madrid. La antigua filial de Telefónica, malvendida en 1996, gozó de notoriedad hace un par de años por el campamento que montaron los despedidos de la compañía en pleno centro de Madrid, experiencia plasmada en el documental El efecto Iguazú.

En agosto del 2001, hubo un acuerdo entre el Gobierno, los sindicatos y Telefónica para recolocar a los trabajadores de Sintel. Los dirigentes de la protesta, que se prolongó hasta el deterioro, no aceptaron el acuerdo.

Los negociadores se han desentendido de los radicales de Sintel y éstos han respondido con una actitud sin precedentes: por primera vez en muchos años se ha impedido que el máximo dirigente de un sindicato español se dirija a los trabajadores. El palo a José María Fidalgo es inadmisible. El palo de la opinión pública a los radicales de Sintel puede ser irreversible.