Dicen los aficionados a subir montañas y picos altos que lo peor de todo, lo que entraña más peligro no es subir, sino bajar. Los entendidos en la materia afirman que el verdadero peligro al escalar una montaña comienza justamente cuando has alcanzado la cumbre y tienes que comenzar a descender. Se producen muchos más accidentes al bajar que al subir, a pesar de que algunos profanos en la materia no lo crean así.

Cuando se sube, vas de refresco y se gastan las fuerzas en conseguir la cima, por lo que, al bajar, hay que hacer zig-zags, con mucho cuidado y mirando bien dónde se pone el pie porque, entre otras cosas, afrontas la bajada agotado por el trabajo empleado al subir. Al descender, una vez conseguido el objetivo, suele bajarse también la guardia y es entonces cuando aumenta el riesgo de sufrir un contratiempo importante, que puede echar por tierra todo el trabajo realizado anteriormente.

Y lo que está meridianamente claro es que la tarea del descenso debe hacerse, preferiblemente, de manera colectiva y amarrados todos a una soga gruesa. Para realizar la vuelta hacia una nueva normalidad en nuestro país, la primera que debería dar muestras de confianza y seguridad es la Unión Europea. Pero ésta, desgraciadamente, muestra una gran debilidad a la hora de actuar conjuntamente para luchar contra un enemigo invisible para todos que ha conseguido contagiar ya a más de tres millones y medio de personas y matar a cerca de trescientas mil en todo el mundo. Está presta a decir el índice de puntos que va a bajar la economía de nuestro país, pero no a arrimar el hombro para que los ricos del norte (como siempre), ayuden a los pobres del sur (también como siempre).

A la hora de hablar telemáticamente para buscar y poner en marcha una solución pragmática y eficaz, pesan más los euros que las vidas humanas, y los ansiados acuerdos para ayudar a los países de la Unión que más lo necesitan no acaban de llegar para evitar males mayores que aún están por llegar. Y es que, cualquier observador medianamente inteligente, a la hora de analizar la actitud de Europa ante este tema, no dejará de dar la razón a uno de los rubios más famosos, con el pelo alborotado, que ahora dirige los designios del Reino Unido, cuando decidió poner en marcha el tan traído y llevado brexit. Por lo visto, lo único que ha perdido al irse de Europa es que el Banco del Reino Unido enseguida genere libras esterlinas para paliar el problema que ellos tienen. Mientras tanto, Europa no se pone de acuerdo para que el Banco Central Europeo haga lo propio.

Y si a todo este obstáculo mayúsculo se le añade que la cuerda en España que tenía que asegurar la bajada de la cumbre a todas las Comunidades Autónomas también se torna débil e insegura, la desescalada para afrontar la transición y volver a esa ansiada y nueva normalidad se antoja más que difícil. Si, en un par de meses de esta primavera inolvidable de dos mil veinte, se han perdido ya en nuestro país más de veintiséis mil personas, no debiera haber lugar en la política a desacuerdos e improvisaciones inútiles que no conducen a la solución de los problemas. No debieran aparecer más de 17 formas diferentes de dirigir la desescalada, porque, bajando cada uno a su libre albedrío, no se podrá mantener una cuerda firme que nos proporcione un descenso seguro a todos.

No es tarea fácil, en una España, quizá demasiado descentralizada y con intereses diferentes, salir todos a una, de un problema que cuesta tantas vidas humanas cada día. Por eso viene a cuento lo que un sabio amigo cordobés, que cuenta ya 95 primaveras y que suele repetirme que en esto de la cosa pública hay más sinvergüenzas que perros descalzos, que afirma, con rotundidad, que a esta España por desescalar, el desescalador que la desescale, buen desescalador será.

*Exdirector del IES Ágora de Cáceres.