THtace unos días escuchaba a Santiago Carrillo defender el protocolo, el tratamiento de usted, la importancia de las formas a propósito del estruendoso episodio vivido en Chile durante la clausura de la cumbre iberoamericana. Alguien que participaba en la conversación se sorprendió de esa defensa viniendo de un político de la izquierda, a la que se supone que su vocación igualitaria aleja de las jerarquías que imponen lo que se conoce como buenos modales. Pocos días después, en la entrevista que Andreu Buenafuente le hizo al presidente del Gobierno, Zapatero decía: "En democracia, las formas dan el ser a las cosas. Al final la democracia es una arquitectura de convivencia donde las formas son sustanciales". El debate no es menor. Nuestra civilización ha conseguido con esfuerzo depurar la forma de relacionarnos hasta llegar a pactos de no agresión, donde la palabra ha sustituido a los puños; las reglas, al pillaje; la diplomacia, a las guerras, y el intercambio de ideas, al insulto o la descalificación personal. Parece elemental, pero no pude evitar acordarme de todo esto cuando Manuel Marín anunció que deja la política. Al margen de sus razones para el abandono, recordé su impotencia ante el escándalo de algunos plenos de esta legislatura. Ahora que todo el mundo habla de recuperar los consensos básicos, quizás el más básico de todos sea este. Los ciudadanos deberíamos exigir a los partidos un compromiso serio de que, sean cuales sean los resultados electorales, nunca más se escuche en un pleno mencionar a la familia de nadie, que nunca más el aspecto físico de un político o una política pueda servir para increparle desde un escaño, o que las decisiones políticas no deriven en groseras descalificaciones personales. El presidente del Congreso decidió que los micrófonos ambiente del hemiciclo no recogieran la bronca desde los escaños. Una decisión que muchos periodistas criticamos porque nos parecía más transparente y pedagógico que el pueblo español supiera el nivel de la discusión que a veces mantienen sus representantes. Para la próxima legislatura, o acaban los insultos o que se escuchen.