Las nubes que traen la lluvia tan anhelada a los campos extremeños, evocan aquellas que a Sócrates le llevaron a la muerte.

Su insolencia no tuvo parangón pues había afirmado que eran las nubes la causa de la lluvia y no la voluntad de Zeus, pues en su búsqueda incansable de la verdad, observó que nunca llovía sin nubes. Suficiente para condenarle por corromper a la juventud y a suicidarse bebiendo la cicuta. Sus amigos le prepararon mediante sobornos la huida de Atenas, pero Sócrates se negó pues la condena fue dictada por un tribunal legal y consideró que la sentencia debía de cumplirse aunque fuera injusta.

En la antigua Grecia la eutanasia, la buena muerte, no presentaba ningún tipo de dilema moral, consideraban que una vida mala no era digna. Quizás por ello, Sócrates prefirió la muerte a llevar una vida indigna.

Cuando un ciudadano exponía sus motivos para no seguir viviendo a la asamblea, el gobierno facilitaba el veneno, la cicuta.

Justo cuando en nuestra cultura luchamos por la dignidad de la vida de los animales o por una muerte digna en los mataderos realizando vigilias veganas, olvidamos la soledad y el sufrimiento de muchas personas impedidas por enfermedades terminales que día a día minan tanto su vida y su dignidad como de sus cuidadores. En el peor de los casos tras ser ingresados en frías instituciones tendrán que aguardar hasta el postrer día, como decía el poeta.

Séneca afirmaba que la muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y para muchos, un favor.

No debería ser un delito ayudar a morir a quienes su vida es indigna, por mucho que lo manden los dioses.