Este año mi lista de buenos propósitos ocupa una sola línea, así que en rigor no se puede llamar lista aunque sea la más completa que he escrito ningún enero. He borrado todas las buenas intenciones que ya sé que no cumpliré nunca, y algunas que cumplí para volver a caer en la tentación meses o días más tarde.

Solo mantengo mi decisión firme de no volver a fumar, como conseguí hace ya cuatro años (aunque sigo soñando con el humo, y con el gesto tan mío de mover la mano mientras sujetaba el cigarro).

Lo demás, todo lo demás, queda englobado en mi único propósito para este año: respirar. Voy a concentrarme en inspirar y espirar desde que me levante hasta la hora de dormirme. Disfrutar del primer café tranquila, respirando el olor a chimenea o a mimosas o a hierba recién cortada, según la estación que toque, pasear con sosiego, tomar aire antes de entrar en clase para recordarme quién soy y lo que hago, y qué se espera de mí, y qué puedo esperar del cóctel de hormonas, inseguridades y posibilidades magníficas que aguardan al otro lado de la puerta.

Inspirar profundamente antes de decir que sí o que no a una propuesta que no me satisface o me quite tiempo o que me venga impuesta o que me obligue a perder tardes de paseos, hijos y libros sin ofrecer a cambio algo gratificante como aprender o conocer personas nuevas que aporten sorpresas y cálidos encuentros.

Tomar aire ante la mala educación, las palabras duras, la imbecilidad de quien te mira por encima del hombro porque no tienes ni idea de mecánica, de interés variable o invariable, de si el videojuego es o no violento, como si eso importara, te dice, mientras respiras tranquila porque no debe afectarte que un descerebrado opine que no importa la violencia de un juego para un niño de once años.

Inspirar para coger fuerzas ante lo que no me gusta y es obligatorio. Espirar cuando acabe y merezca un descanso. Respirar al ritmo de la puntuación de un buen libro. Cerrar los ojos al compás de la música, o una historia bien contada. Acompasar el aire en una conversación, en una charla.

Es una lista sencilla, con un solo elemento, ya digo. Nada de dietas salvajes ni gimnasios ni siropes de alcachofa, ni cambios de imagen. Solo aire. Tomar y expulsar. Mantenerlo dentro un segundo. Disfrutar de ese momento. Dejarlo ir.

Escuchar la respiración tranquila de mis hijos, de la gente que quiero. De la clase en silencio cuando piensa o de la clase en ebullición cuando piensa también. Mi propio ritmo al pasear. Acompasar mis pasos a la respiración. Escribir a ese dictado. Que nada me haga sentir como un pez fuera del agua. Que nada me acelere el pulso hasta dejarme sin aliento.

Inspirar, espirar. La lista de propósitos más completa que se puede hacer en la vida.