Los límites de las autonomías se reafirman más que nunca con estas medidas de aislamiento por Comunidades. Frente a los del «confinamiento sin fronteras» y la perogrullada de que no se puede cerrar lo que no existe, están los que abogan por las disposiciones de nueva hornada y última ocurrencia. Ya sea por activa o por pasiva, la realidad es que nos hemos visto recluidos en nuestro territorio, de modo que quien quisiera salir de casa durante el pasado puente de Todos los Santos lo ha debido hacer dentro de los confines regionales. De ahí que muchos hayan puesto el pie por vez primera en algunos de los lugares más emblemáticos que les rodean. Es el caso del Parque Nacional de Monfragüe: me ha desconcertado encontrarme con muchos extremeños que no habían asomado jamás el hocico. A buen seguro han estado en París y Londres, alguno habrá recorrido la Selva Negra alemana y habrá llegado hasta el Lago Ness en Escocia. Es algo sorprendente, aunque habitual; he conocido a más de un español que ha viajado a Japón para extasiarse ante los cerezos en flor de Okinawa o Hirosaki pero no se le ha ocurrido acercarse a ver los del Valle del Jerte. Supongo que es el mismo tipo de persona que jamás reconocerá el talento de un paisano y que prefiere exaltar el de aquellos a quienes nunca ha visto de cerca.
Así, parejas de Navalmoral de la Mata o familias de Mérida han decidido que total, para estar encerrados en casa, bien se podían pegar un salto a respirar aire puro. Han visto al soberbio buitre leonado y descubierto con pasmo que hay muchos más en Monfragüe que buitres negros a pesar de lo que cante Robe Iniesta, y que más allá del Bambi del celuloide pueden contemplar a unos pocos metros de distancia a los cervatillos del parque, siempre y cuando los dejen tranquilos, que alguno hubo que quiso acercarse a acariciar a un venado. En esto también hay que respetar la distancia de seguridad, so peligro de que le descuajeringuen a uno. Igual que algún tonto -descanse en paz, pero tonto- murió por obtener un selfi en las alturas, habrá quien corra el mismo riesgo con tal de quedar inmortalizado junto a una de esas cornamentas prodigiosas. La estupidez humana, esa sí que no tiene fronteras. Aun con ella, prefiero al turista del postureo antes que al de escopeta en mano, que la foto se la toma sacando pecho junto a una colección de cadáveres sacrificados para su propio gozo, gozo que para mí solo puede anidar en una mente que en poco se diferencia de la de los asesinos de mis novelas.
Pero si la Hospedería del parque nacional salvó los muebles en el puente no fue gracias a los lugareños abocados a explorar su propio entorno, sino a un grupo de ingleses que se encontraban allí en formación aprendiendo sobre pajareo, perdón, birding. Me recordaron a quienes, cual aves migratorias, se cruzan miles de kilómetros para avistar las grullas en ese paraíso ornitológico que es Extremadura, aunque, quién sabe, igual estos ojeadores de aves no conocen a la especie endémica de su región o no han visitado nunca los restos arqueológicos del pueblo vecino.
Los japiflagüers de la primera ola decían que el virus nos haría mejores. Esta especie se camuflaba entre los que colgaban arcoíris y aplaudían con ardor al personal sanitario antes de aficionarse a hacerlo porque era la hora de las cervecitas en el balcón. Luego vinieron los agoreros que sostenían que la epidemia sacaría lo peor de nosotros. Ahí llegaron los policías de vecindario, los chivatos de pacotilla, los cucos que sacaban al perro hasta agotarlo y los que insultaban a una madre caminando junto a su hijo con autismo.
También los que se pasaban -y pasan- las normas por el forro del abrigo. Yo siempre he mantenido que ni mejores ni peores, que cada uno es como es y eso se podrá extremar en momentos de tensión, pero que de cambiar, poquito. Quien es bondadoso, ingenuo y hasta inocentón, lo seguirá siendo mal que le pese. Quien no tiene escrúpulos y duerme a pierna suelta precisamente por esa carencia, igual seguirá. Y quienes, la mayoría de los mortales, no somos ni lo uno ni lo otro, continuaremos de la misma forma.
Aunque quizá sí nos sirva esta puñetera pandemia para conocer mejor el mundo que nos rodea, no el del desequilibrado de Trump ni pajarracos del estilo, sino el que tenemos delante de las narices.
*Escritora