Los Juegos Olímpicos de Río han tenido lugar en medio de una situación política de usurpación del poder por neoliberales de nueva ola, sin complejos en la manera de acceder al poder y en la forma de ejercer la política. Sigo los artículos de la situación en Río y observo gentrificación, promesas no cumplidas a las personas desplazadas, inversiones públicas millonarias de nulo beneficio social, incremento de sobornos y corruptelas, aumento exponencial de la represión y vigilancia policial en pro de una supuesta mejora de la seguridad basada en la criminalización de la pobreza; en definitiva, la mercantilización de la ciudad expuesta al mejor postor. En la travesía olímpica, el presidente interino Michel Temer brilla por su ausencia, al igual que sus políticas de corte neoliberal, que esperan cerrar un expolio con gritos de emoción festiva para abrir otros a escala estatal. Las voces críticas de la población contra él no permiten ser introducidas en los estadios. Fuera se prepara un estallido social sin precedentes. Con el 86% de la población en contra comenzará a implementar políticas de venta generalizada de activos del estado y desarticulación de políticas sociales vía recortes presupuestarios el día siguiente de dar por acabados los Juegos Olímpicos. Temer prefiere no ir a despedir el evento, al fin y al cabo, la falta de apoyo popular es un mal menor.

Dejemos los personalismos, seamos pragmáticos. Pero el pragmatismo, cuando no es acompañado de la lógica, necesita de dispositivos coercitivos. Es entonces cuando la cuestión de la fuerza se convierte en elemento fundamental. La fuerza policial (militar, por hacerlo más contemporáneo) y la de la ciudadanía descontenta con las políticas en boga. La fuerza manipuladora de los medios de comunicación no parece que vaya a contribuir a aclarar la situación, sino todo lo contrario. En todo caso, el conflicto ya está servido en la gran explanada deportiva.