TEtn un anuncio publicitario sale un locutor diciendo maravillas de la inteligencia humana y, como contrapunto, habla con cierto recochineo de la afición del ser humano a aplastar con los dedos burbujitas de plástico de los envoltorios. A mí me ha llegado al alma porque soy un adicto a esa afición. Creo que se equivocan los publicistas porque ignoran que la piel, otro de nuestros sentidos, también tiene aspiraciones de poder. El hombre intenta conquistar cotas de poder con la palabra (algunos con las voces, sobre todo en nuestra Asamblea) y la utiliza para aplastar a quien se le oponga; también la vista, la mirada, utilizada con maña y saña puede machacar al otro; el oído puede dejar de oír e ignorar a quien se nos enfrenta, reduciéndole a la nada; y el gusto ¿qué les voy a decir del gusto?, ¿acaso no se nos mueren de hambre los olvidados? Pero el tacto, la piel, no goza de posibilidades. Estamos asistiendo al retroceso del tacto gracias al imperio de lo virtual.

El roce, las cosquillas, las caricias o las tortas se sustituyen por impulsos electrónicos. El tacto se queda para las rozaduras de los zapatos y poco más. Por eso cuando se habla de la manía de romper burbujitas, se está hablando de algo más que un entretenimiento.

Con este gesto mecánico e insignificante, más de uno está dando rienda suelta a sus deseos de mostrar su poder, de machacar al contrario aunque éste sea de aire. Cada burbuja con su estallido leve como gemido, representa, al explotarla, la victoria silenciosa, saboreada íntimamente, rotunda e irreversible de aquellos que no tenemos otros medios. Y representa la potencia del mayor órgano de los sentidos que tiene el hombre, la piel.

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala