El emporio de Facebook, representado por la cara sonrosada de su multimillonario Mark Zuckerberg, --tornada en sonrojada-- ante el escándalo abierto en esta red social; y tardar algunos días en dar explicaciones, está haciendo volatizar la credibilidad de un negocio que trae en juego, según dicen, alrededor de 50 millones de datos, convertidos en elementos de privacidad al descubierto. Así uno se hace rico, y además puede aparecer con el buenismo de la solidaridad. Lo que parece evidente en todo este atropello, de matiz ilegal, es el hecho de haber mercantilizado datos de carácter personal, los cuales han sido vendidos a empresas bajo el manto de una estadística. Confieso que no estoy en redes sociales, por eso, de que nunca me ofreció la confianza suficiente para poder verter informaciones, de naturaleza privada a una pluralidad de personas, cuando todavía existen otras vías de comunicación más certeras y seguras.

El escándalo es tal que los Gobiernos deberían ponerse manos a la obra para evitar que el concepto de privacidad de los ciudadanos sea objeto de intercambio comercial de lobbies mercantiles, con objetivos nada claros, y no siempre con la licitud deseada. La modernidad de esta red social se ha descubierto como el entramado del secreto mejor revelado, y peor guardado. Y esto no debería quedar impune. Debería tener consecuencias y llevarlas a cabo desde los propios Estados y organismos internacionales del comercio. Porque se ha producido a gran escala, y desde luego nadie se cree que han sido fallos, y más en un sistema como el de las redes sociales que tiene su innovación, en la capacidad de resguardar privacidad y ser invulnerables a la captación de datos de sus usuarios. Lo ocurrido y denunciado, no por esta red social, sino a raíz de determinadas filtraciones demuestran hasta qué punto se produce la perversión de un sistema, que dice servir a la comunicación más amplia y plural, mientras está desnudando todo tipo de informaciones; además ,y lo que añade más gravedad, las mercantiliza en beneficio de determinadas empresas, que pueden tener un nivel de manipulación de carácter social de primera magnitud.

Está claro que este tipo de denuncias, hoy puestas de manifiesto en todo el mundo, nos ponen frente a una serie de personajes que están vacío de ética, en relación a la comercialización de lo que hoy parece ser más preciado, que es el conocimiento de lo que piensan y manifiestan, --en la creída intimidad--, miles y miles de personas de todo el mundo.

Convendría que las organizaciones, --supranacionales, de tipo gubernamental--, caso de estructuras de la Unión Europea, marquen líneas de carácter sancionadoras para estos entramados y determinen nivel de responsabilidad para estos directivos, --refugiados en rostros sonrosados e ilusorios--, que por sus prácticas u omisión en sus praxis mercantiles están lesionando derechos fundamentales, y entrando en la odisea de crear sociedades dependientes y monolíticas, con el uso ilegal de unos datos personales, que deben ser resguardados y protegidos en su integridad. El efecto de este escándalo bien podría compararse con aquellas actuaciones que tratan de ejercer un control del mercado, por medio de sucumbir a la tentación de obtener todo tipo de información, sin control de ningún tipo.