No hace falta viajar mucho para encontrar un país en el que sentirse extranjero. No hablo de fronteras ni de pasaportes, ni cumbres inexploradas, si es que queda alguna, o remotas aldeas de nombre impronunciable.

Hablo de saberse incomunicado, rodeado de palabras extrañas, con la sensación de que nada ni nadie puede ayudarte. O mejor dicho, nadie quiere ayudarte, por más que te vean perdida y desorientada o fingiendo una desenvoltura que estás muy lejos de sentir. Para conocer la experiencia, cada uno debe elegir un lugar adecuado y ponerse a prueba.

Para mí, por ejemplo, cualquier tienda de ferretería o un taller mecánico son regiones hostiles. Suelo elegir las primeras, más que nada porque te permiten el lujo de hacer con que curioseas sin que te pregunten. En los segundos, tienes que llevar un coche o similares, y no puedes quedarte plantada sin solicitar los servicios de algún empleado. Puestos a elegir, prefiero las grandes tiendas de bricolaje, espacios ignotos para los legos.

Cuando quiero sentirme aislada, sin conexión y ajena a todo, solo tengo que cruzar el umbral de una gran superficie dedicada a todo lo que usted podría hacer en su casa si supiera. Allí es fácil sentirse extranjero. Pasas la puerta acristalada, y enseguida te sabes en un mundo que no es el tuyo. El cambio climático no existe, por eso el aire acondicionado suele estar al máximo. Tiritando, tratas de orientarte siguiendo los carteles. Aún crees que hablas el mismo idioma, pero enseguida el espejismo desaparece. Los pasillos se alargan hasta el infinito en bifurcaciones plagadas de senderos engañosos.

Si buscas un simple hule, se te cae encima una sección entera, de todas las medidas, texturas y colores. Tratas de llamar la atención de algún indígena, pero pasan a tu lado sin verte, cargados de toda clase de artilugios quizá necesarios para la subsistencia en un terreno así.

Tú por supuesto careces de ellos. Por no llevar no llevas ni metro, con lo que la persona que al final te hace caso, te mira como se miraría a un intruso. Ancho y largo son conceptos abstractos, que deben resolverse enseguida, como la solución al enigma de los burletes, los escoplos, las aldabas y fallebas que prometen con sus nombres un paraíso para los iniciados. Tú no lo eres, de hecho has cruzado las puertas para una inmersión lingüística que no da resultado alguno. Miras con arrobo el multipacking o el ultrabioponicsystem, el bombillo, el apasionante mundo de las manivelas, las cerraduras que encierran y abren la metáfora de hogares plagados de cosas que arreglar.

Luego, una vez conseguida la invisibilidad absoluta, conviene seguir a una pareja que discuta o a un manitas. No aprenderás nada sobre bricolaje, pero sí mucho de vocabulario y otro tanto de la condición humana. Alguien que distingue un modelo de placa de otro de roseta, y conoce las tuercas de ala ancha, de ala estrecha, ciega, de palometa o con freno, tiene la llave de un país idílico en que cada cosa tiene su nombre y su función, y a pesar de su pequeño tamaño y humildad, desempeña el oficio de crear cosas grandiosas. Al menos esos momentos, me hago la ilusión de vivir en un país así. Luego, salgo a la calle, miro a mi alrededor y vuelvo a no comprender nada.