WDw espués de una semana de comparecencias y controversias en el Congreso sobre la guerra de Irak, el presidente George Bush emitió un veredicto harto surrealista, que siembra la confusión en medio del desastre, alegando que los éxitos logrados han hecho posible su primer anuncio de retirada de tropas. La realidad, como subraya The New York Times, es que "no tiene ninguna estrategia para terminar esta guerra desastrosa ni para contener el caos que genera". El inmovilismo del presidente solo se explica por la ausencia de planes alternativos del Partido Demócrata, mayoritario en ambas cámaras, y el temor de sus candidatos a comprometer el futuro político inmediato fijando fecha para la retirada total. Solo el gobernador Bill Richardson se atrevió a fustigar tanto la falta de credibilidad de Bush como la indecisión de los otros aspirantes demócratas. El deliberado intento de cambiar el debate político dentro de EEUU, apoyado en la ambigüedad de los tenores demócratas, está condenado al fracaso, salvo que los republicanos tengan el éxito muy improbable de distraer la atención mediática o que se produzca un milagro en Bagdad. Bush se niega de nuevo a reconocer su fracaso, amparado en la aparente apatía de la opinión y la creencia extendida entre la clase política de que la actual situación es la menos arriesgada de las apuestas. El esfuerzo diplomático que el presidente prometió en enero último, como réplica a los apremios de James Baker y otros realistas, que propugnaban "hablar con el enemigo", ni siquiera ha sido emprendido. Salvo prueba en contrario, Bush está dominado por la fatalidad de que el diluvio sobrevendrá cuando él esté ya fuera de la Casa Blanca.