El presidente de EEUU, George Bush, ha confirmado que su política económica interna se va a basar en una combinación de menos impuestos para los ricos --con una compensación de última hora en el subsidio de paro--, y más gasto en defensa para imponer su voluntad al mundo. Puede hacerlo porque tiene suficiente mayoría parlamentaria y porque en diciembre se rodeó de un nuevo equipo de ministros económicos seguidores de la misma doctrina que impuso hace más de 20 años Ronald Reagan. Aquel periodo acabó con un déficit público descomunal, con la no reelección para un segundo mandato del padre del actual presidente de Estados Unidos y con una guerra en el Golfo mal acabada hasta nuestros días.

Bush ha aprendido que necesita una mejora de la economía de sus conciudadanos para proseguir en sus ansias imperialistas. La receta elegida de premiar el ahorro inversor mediante exenciones fiscales a los dividendos que pagan las empresas y el estímulo del consumo a través de un dólar barato y tipos de interés de derribo es eficaz, pero sólo a corto plazo. Y la oposición a Bush tampoco ha sabido responder con la firmeza suficiente. Unos y otros confirman un panorama poco halagüeño para el año en que entramos.