Dicen que la cabra siempre tira al monte, y parece que algunos no pueden vivir sino cabreados. Se creía que Pablo Casado, tras los resultados de las autonómicas en Galicia y el País Vasco (el conciliador Núñez Feijóo arrasando, el beligerante Iturgaiz fracasando con estrépito), había aprendido la lección, y esa hipótesis parecía confirmada cuando Cayetana Álvarez de Toledo, a la que gustaba demasiado su propia voz como para ser portavoz de nadie, se vio defenestrada por el palentino, y relegada a youtuber.

Todo fueron espejismos, y oyendo ahora cómo Casado agota de nuevo los insultos hacia Sánchez, que según él está deseando llevar a los españoles “a la ruina”, uno se siente confundido y se pregunta si, como en la película El día de la marmota, estamos viviendo el mismo día una y otra vez. A continuación aparece Abascal, superando (y no era fácil) a Casado en la virulencia de sus insultos, y uno ya casi se cree vivir en Irán (de dónde le llegó a Vox la importante financiación inicial) y, con esas barbas y ojos inflamados, estar escuchando a dos exaltados ayatolás llamando a la yihad contra el gobierno, de momento con insultos y bocinazos, después ya se verá.

En la lucha contra la pandemia se nos pone como modelo a Alemania. No nos vayamos tan lejos, y miremos a Italia, que estuvo peor que nosotros, y ahora está bastante mejor. En el país que produjo a Berlusconi, precursor de Trump, se asume que hay temas demasiado serios como para usarlos de armas electorales. A Giuseppe Conte, cuando retornó de Bruselas con el triunfo, por una vez, de los sureños frente a los frugales, lo recibió el parlamento en pie, con un largo aplauso. Sánchez ya sabe que si eso le sucede alguna vez, deberá pellizcarse, pues se tratará de un sueño. Al fin y al cabo, él lo que quiere es la ruina, según Casado, que va a terminar cansado, y cansándonos, de predicarnos el apocalipsis. Mirando a Italia, podría aprender Casado otras dos lecciones: una, que se equivoca quien se arrima a la extrema derecha, pues al final la gente prefiere el original y no la copia; dos, que la gente a veces es más sensata de lo que parece y se cansa de los salvapatrias y la sobreactuación, que pregunte a Salvini.

Debería descansar Casado, si quiere tener alguna opción de gobernar. En lugar de la agresividad de un ayatolá, que adopte aquel proverbio árabe de sentarse a la puerta de su vecino para ver pasar su cadáver. Podría llegar al poder dentro de unos años por mera consunción de un gobierno que tendrá que enfrentarse a una grave crisis económica. En ese momento, los ciudadanos tendrán que valorar si vale la pena votar a quien no ayudó a mitigar esa crisis, sino que procuró agravarla, hablando mal de España en Bruselas, a ver si nos retiran los préstamos, curiosa forma de patriotismo.

Para terminar, no olvidemos a los falsos ecuánimes que sueltan sus jeremiadas metiendo a todos en el mismo saco, como Antonio Muñoz Molina que dice que “la política española se va volviendo más tóxica que el virus de la pandemia” (como si fuera igual de tóxico Abascal que Garzón, Macarena Olona que María Jesús Montero) o Andrés Trapiello y algún epígono extremeño, repitiendo el “viva el rey” de Cayetana. Ahí, como en otras cosas, yerran la diana, y deberían ampliar su mirada histórica y geográfica. El peligro no es que Podemos reivindique la República. Algo tendrá que hacer para distinguirse del PSOE, pues todos los logros en las coaliciones suelen atribuirse, de modo injusto, al partido mayoritario. Que pregunten a los socialdemócratas en coalición con Merkel. El peligro, como saben en cualquier país de Europa, es la extrema derecha, siempre más violenta que la no tan extrema izquierda, y que habla de libertades para cercenarlas en cuanto llega al poder.