Conviene mantener la cabeza fría para solucionar la larga crisis constitucional en la que está sumida Venezuela, agravada tras la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente interino con el aval de Estados Unidos y de otros países. Y, dada la volatilidad de la situación, la cabeza fría conviene a todas las partes, al chavismo que representa Nicolás Maduro, al Ejército cuya cúpula está alineada con el régimen aunque hay dudas sobre la tropa, a la oposición que siempre ha sido poco compacta --de ahí viene en parte la dificultad histórica de presentar una alternativa capaz de llegar al palacio de Miraflores--, y a los actores internacionales. Hay que evitar una escalada que pueda desembocar en un conflicto con profundas repercusiones en la región. El objetivo debe ser el de restaurar la democracia plena.

Por ello, el papel de la comunidad internacional es fundamental. El chavismo está agotado. Se demostró en las urnas cuando la oposición logró la mayoría en la Asamblea Nacional, y en la investidura de Maduro para un segundo mandato que no fue reconocida ni por EEUU ni por la Unión Europea, ni por numerosos países latinoamericanos. Y está también agotado en la calle donde las manifestaciones contra el Gobierno bolivariano no han hecho más que crecer azuzadas por la total ruina económica a la que Maduro ha llevado al país.

Conviene ahora encauzar la transición para evitar un enfrentamiento y en esta tarea nada fácil España tiene un papel que desempeñar como se vio en Davos cuando tres presidentes latinoamericanos (dos de ellos directamente afectados por la crisis de refugiados venezolanos) pidieron a Pedro Sánchez el reconocimiento de Guaidó por el carácter de enganche que puede tener la posición española. Sánchez se ha manifestado cauto supeditando su decisión final a la postura común de la UE y a su aprobación en un Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión. Por el momento la posición es no reconocer a Guaidó y convocar elecciones democráticas. Si la precipitación puede ser mala consejera, la lentitud también. La UE debe entender que la crisis venezolana no se soluciona dejando pasar los días. América Latina está viviendo un momento delicado con países fragilizados como Argentina y Chile, o con un Gobierno ultra como el de Brasil, mientras Rusia y China no renuncian a jugar su parte en esta grave crisis.